Señor ten piedad de mi alma,
Los acontecimientos del fin de semana me han hecho pasar muy mala noche. Estamos en época de lluvias y constantemente se apagan los farolitos que iluminan las casitas. Anoche, en medio de mis pensamientos y de mis anhelos mas absurdos quise escribirte buscando tu contención, pero la luz de la lamparita de desvaneció. Llovía afuera y no pude conciliar el sueño en mi habitación, entonces en la madrugada agarré la linterna y me dirigí a la iglesia. Oré por las almas de este pueblo que sufren y por la mía propia que no encuentra solaz. Me dormí en el banco con la cabeza entre las manos y soñé con sombras y el rostro de mi madre en medio de su agonía. Me desperté sintiendo un dolor en el pecho justo antes de que cantara el gallo.
El domingo, luego de la misa una muchacha joven vino a pedir confesión. La vi tan inquieta que aunque estaba agotado no pude negarme ni mandarla a venir otro día.
La muchacha en sollozos se sentís sucia y culpable por un pecado que cometió.
Cuando al fin habló hizo referencia a un hombre que la tumbó en el monte por los lados hondos del río. Dijo que ella se encontraba allí solo buscando unas matas de malojillo y que cuando sintió los pasos de alguien ya era demasiado tarde para correr.
El hombre le rompió el vestido durante el forcejeo y ella al caer en el suelo se lastimo las manos y las rodillas, sin embargo no aflojó lucha y como pudo se zafó y corrió tan rápido como pudo.
Según la joven no hubo daños mayores pero su culpa recae en su sensación de suciedad.
Al interrogarla sobre el atacante me dio un nombre y un apellido.
— Fue Don Tulio Aponte, el jefe de la comisaría.
Sé que me habló en secreto de confesión pero no puedo dejar que esto se quede así. Hay que parar las andanzas de este ser.
¿Cómo puedo adivinar tus designios sobre un monstruo? ¿Cuál es la explicación sobrenatural a desgracias de este tipo?
En tanto la muchacha se marchó, sin siquiera haberlo meditado caminé directo al cuartucho donde pasa las horas el infame hombre.
Entré sin siquiera tocar la puerta y de una vez le hablé
— ¿Cómo así que el jefe de la comisaría anda atacando jovencitas en el monte? Y sin esconder mi ira le espeté — atácame a mi si es que puedes.
El muy cobarde sin inmutarse respondió,
— A mi no me gustan los curas.
Siguió fumando su puro sin dirigirme la mirada y yo al ver su reacción giré sobre mis talones y le grité:
— Prepara tus cosas porque vas de salida. Tendrás que rendir cuentas ante la autoridad. Esto no se queda así.
Al regresar a la iglesia, agarré la bicicleta y pedaleé lo mas rápido que pude hasta el pueblo vecino donde está el teléfono y desde allí llamé a la policía del Municipio.
Por desgracia no me atendieron como esperaba. Decían que había que presentarse en sus oficinas a poner la denuncia, la persona afectada debía acudir a la cita y llevar mínimo dos testigos.
Olvidándome de mi posición de cura grité al otro lado del teléfono. Me desesperé y luego me calmé. Expliqué entonces la situación de manera mas detallada, los antecedentes delictivos de Tulio Aponte y por si fuera poco su posición en el pueblo. Demandé en nombre de mi condición de párroco ser atendido por un superior pero de nada me sirvió.
La voz masculina muy tranquila solo masculló.
«La ley no funciona así en este país, caballero».
La desolación que sentí me inundó la cabeza. Pedí entonces que se tomara al menos notas de mi llamada y se le hiciera llegar a algún inspector pues las mujeres del pueblo corrían peligro y de no hacerse nada, la culpa por omisión recaería sobre el que tomaba la llamada.
La voz repitió mi declaración parsimoniosamente y a la final dijo con tono solemne,
— ¿De verdad usted es cura?
— Sí, lo soy. Ya te lo he dicho tres veces.
— No se ofusque, Padre. Écheme la bendición, pues.
— Dios te bendice. Ocúpate de hacer el bien — respondí.
La llamada se cayó y yo regresé al pueblo, pedaleando bajo una lluvia suave y un cielo encapotado.
No me quedan fuerzas para orar pero te pido Padre, ejerce tu justicia divina. No nos desampares. Amén.
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YO CONFIESO (BORRADOR)
General FictionSoy el párroco asignado a este variopinto y caluroso pueblo. Mi fe y mi entrega a Dios constituyen la fuerza y la razón de mi existir; pero desde que llegué a este lugar tan lleno de intrigas y tentaciones se han quebrantado mis cimientos y se ha a...