Capítulo 22

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La mujer caminó hasta el escritorio dejando su bolso ahí y sentándose frente a él.

― ¿A qué debo el placer de tu visita? ―La vio reír.

―No seas hipócrita.

La entrada de Angélica detuvo la conversación, dejó la bandeja que traía a un lado de su jefe, sintiendo la mirada de Cristina escanearla.

―Vaya, ¿te vistes para seducir a tu jefe o para a salir a trabajar en la noche?

―Usted se viste igual, así que ya debe conocer la respuesta.

―Gracias Angélica ―intervino Joseph―. Puedes retirarte

La joven obedeció y Cristina sonrió irritada.

―Un poco grosera tu secretaria, ¿Por qué sigue trabajando aquí, te la chupa bien?

―Hace bien su trabajo.

―Por eso.

―Pregunto de nuevo ¿A qué se debe tu presencia?

―Hable con Iván. Y para tu suerte mintió igual que tú.

―Es una lástima...

―Escucha no sé qué planean, pero no quiero que arrastres a mi hijo a tus porquerías, no quiero que mi hijo se vea involucrado en lo mismo que tú. No me gustaría ver que la gente lo rebaje a tu nivel. ―Lo observó por un instante y de nuevo recibió esa mirada, que decepción―. Supongo que ya entendiste así que cambiando de tema hable con Anne, y me dijo que lo más probable es que este aquí para finales del otro mes, ve preparando las invitaciones, muéstrame los diseños antes de enviarlos y recuerda que las familias más importantes deben estar en primer lugar. Eso sería todo. ―Tomó un sorbo de té―. ¿Alguna pregunta?

―Ninguna.

―El chico en tu casa ¿Quién es?

―Un nuevo empleado.

― ¿Qué hice para que me mientas en todo momento?

― ¿Qué hice para que no me creas?

―Nacer, eso resume todo lo mal que has hecho. Todas las dificultades que he tenido te las debo a ti. Sabes, a veces me arrepiento tanto de haberle perdonado la vida a la perra de tu madre, pero más a ti. ¿Por qué estás ahí sentado, por qué sigues vivo? Bueno, supongo que tengo la culpa ¿no? ―sonrió sin humor―. Fui yo la que te puso en esa silla, y eso nos lleva a que soy una persona tan benevolente, por eso sigues vivo, yo te mantengo así, ¿Y así me pagas? Mintiéndome, creyéndome estúpida... Ay, Joseph. Bueno, no hay nada que hacer. Me voy, tengo cosas más importantes para hacer que perder mi tiempo contigo.

Cristina tomó su bolso y luego de sonreírle se fue. Joseph respiró profundo, su pecho dolía, no sabía si era físico o emocional. Puso la cabeza en sus manos, quería gritar, llorar, pelear con cualquiera y sacar el enojo. Escuchó la puerta abrirse y recuperó su postura, era Angélica.

― ¿Está bien, señor?

―Por supuesto. ―Empezó a teclear en la computadora―. Ya casi termino todo lo de los planos, podrías traerme más café, por favor, y cigarrillos, ya que no me dejas tomar whiskey, me conformo con fumar, gracias.

La chica asintió, sabiendo que no recibiría la verdad, y fue a traer lo pedido. El pelinegro se recostó, pasando las manos por su rostro, solo debía olvidarlo, como siempre, después de todo que podía hacer.





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