D I E C I S É I S

295 43 1
                                    

Evan

Convencerme de las cosas a mí mismo en tantas ocasiones había sido demasiado fácil, de cierta forma, automanipularme era tan sencillo como chasquear los dedos, pero desde el domingo que no he podido dejar de ver su sonrisa cada vez que cierro los ojos. Siempre estoy rememorando momentos dónde estar con ella no me ponía los nervios de punta y sonriendo como idiota a la pantalla de mi celular cuando veo las cuantas fotos que tenemos juntos.

Lo que esa chica me hace sentir sin ni siquiera estar presente es un sentimiento tan arrollador como intenso, y lo peor de todo es que nunca se a dado cuenta de que me tiene ahí, loco por ella y solo es capaz de llamarme «amigo»

Que jodido resulta ser todo.

Largo un suspiro y acomodo la compresa de hielo sobre mi rodilla que seguía doliendo un poco, sigo observando a los chicos practicar en la pista, siguiendo con mis ojos los movimientos pero con la mente más perdida que la pareja de la mayoría de mis calcetines. En serio, ¿Cómo desaparecen de la nada?

—Eh, amigo —Gabriel se acerca a mí con una mueca—. Oye, eh... lo siento. Te juro que no fue a propósito.

Hago el amago de una sonrisa leve que termina en una mueca cuando estiro la rodilla.

—Está bien, Gabriel —aseguro—. Sé que fue sin intención, tranquilo.

—Te duele, ¿No?

—Como no tienes idea.

En la pista los demás chicos se pasaban el disco con pases que parecían casi coordinados y Andy evita que los discos de la otra parte del equipo entraran en su portería. Hoy el entrenador nos está pidiendo el máximo por ser nuestro último entrenamiento antes del partido de mañana. El hombre estará muy mandón hoy, pero se nota a leguas lo ansioso que está por mañana.

—¡Eso es! ¡Bien hecho, Guillén! —felicita el entrenador a Andy, quién le hace un saludo militar y vuelve a concentrarse en la práctica—. ¡Dolley, vuelve a la pista! —exige Nunley al pelirrojo a mi lado.

—Nos vemos —se despide entrando a la pista, derrapando del hielo con las cuchillas de sus patines a causa de que casi se cae al entrar.

—¿Qué tal estás, Ross? —pregunta el entrenador, sentándose a mi lado.

Doy otro suspiro y estiro la rodilla que aún me duele, recibir un golpe con el disco no es cosa cualquiera. Esto duele.

—Estoy parcialmente bien, aún... Auch —sale esa queja involuntaria cuando vuelvo a doblar la rodilla—, aún duele.

—Cuando estés listo puedes volver a la pista —antes de irse, el entrenador da unos golpes a mi rodilla adolorida que hace soltar unos improperios de mi parte—. Los jóvenes de ahora son bastante lloricas —y se largó a donde estaba Miles.

Hombre, no es ser llorica, es que me dieron un golpe en la rodilla con un disco que venía con gran velocidad hacia mí y fue el momento más oportuno para resbalarme. Disculpa que me duela.

Fue casi al final de la práctica que pude reintegrarme, aún con un ligero dolor pero más llevadero que el de un inicio. Tuve la mayor precaución cuando Gabriel tenía el disco y debía de pasármelo a mí, igual también la tuve de no caerme en el peor momento. En cuanto el entrenamiento terminó Nunley nos envía al fin a casa con ciertas exigencias que querían decir una sola cosa: «no sean adolescentes estúpidos y no hagan una locura que no les permita jugar mañana»

Cuando estoy en casa noto el silencio que me rodea, en la cocina encontré una nota de la tía Ness que ponía:

Ava y yo fuimos al parque y luego pasaremos por el trabajo de tu papá, volveremos en unas horas; tu almuerzo está en el microondas

Loco Enamorado [Loved #1] ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora