Prólogo

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     Dicen que casarse con la persona que amas, es lo mejor que puede pasarte en el mundo, y realmente lo es. ¿Pero qué sucede cuando es unilateral?, puede ser todo lo opuesto, aunque yo no lo veo así. Bueno una parte de mí no lo quiere ver, y es la que hace que la realidad sea totalmente diferente a mi estúpido sueño rosa.

     Para mí Benjamín, es el hombre de mi vida, lo amé desde que nos conocimos, es cliché, pero es lo que me sucedió. Nuestros padres son socios y por ende hemos estado más cerca de lo normal, pero fue cuando llegamos a la secundaria cuando por fin demostré mis verdaderos sentimientos, estos fueron rechazados. Él decía que quizás era confusión por todo el tiempo que pasábamos juntos y toda la cosa, y no era así. Yo lo amaba de verdad.

     Sin embargo, nunca desistí. Cada vez que podía le demostraba que mis sentimientos eran sinceros. Y el resultado eran los mismos, un día llegó un chico nuevo al instituto y no dudamos en agregarlo a nuestro grupo, era todo lo opuesto a Ben, venía de Puerto Rico, su piel morena junto sus ojos claros lo dejaban notar. Y no era eso lo que hizo sobre salir, era lo peleonero que solía ser. Cuando lo conocimos fue en una pelea con unos chicos que estaban molestándome y sin más, me salvó.

     —No debiste meterte con ellos —indicaba yo limpiándole las heridas del rostro, en mi casa—. Sin embargo, te lo agradezco.

     —No podía permitir que te hicieran daño, qué clase de hombre sería si dejaba pasar eso, soy un caballero —contestaba él muy seguro de sí mismo, eso me hizo gracias.

     —Cass, Cass ¿Dónde estás? —gritaba Ben desde algún lado de la casa, me extrañaba que viniera de esa manera.

     —¡Estoy en la sala, Ben! —grité de vuelta.

     Seguí limpiándole las heridas a mi salvador, porque no iba a negar que lo que hizo por mí fue heroico, unos minutos tardes y mi virtud se fuese ido al carajo.

     —Me contaron lo que pasó ¿estás bien? —preguntaba Ben buscando alguna herida en mí.

     —Tranquilo cariño, estoy bien, gracias a este chico estoy bien, fue quien me salvó —dije mirándolo con afecto, se había ganado un pedacito de mi corazón por ayudarme sin tan si quiera conocerme.

     —Amigo, ¡gracias! —refería Ben arrodillándose frente al chico y darle la mano—. Ella es como mi hermana y no me fuese perdonado que le fuese pasado algo.

     Escuchar eso me partió el corazón nuevamente, siempre que tenía oportunidad sacaba a relucir su afecto fraternal por mí, ¡maldita sea! Una lágrima solitaria resbaló por mi mejilla, no sé cuánto tiempo podía soportar eso, me decía en ese entonces. Al parecer soy más fuerte de lo que creía. Porque llevamos cinco años casados, y nada ha cambiado, solo que ese afecto que tenía por mí podría decirse que se transformó en rencor por obligarlo a casarse conmigo cuando en su corazón había alguien más.

     Puedo sonar como una perra por haberle hecho eso, pero la familia de él estaba a punto de ir a la quiebra y mi padre iba a ayudarlos, más su única condición era que nos casáramos, así los patrimonios no tenían que ser divididos, sino que quedarían entre familia. A todos les pareció una idea fantástica hasta que él se opuso como si yo fuese alguien aberrante, no sé qué me dolía más, pero me mantuve firme porque no desaprovecharía esa oportunidad. Sí, fui una perra después de todo.

     — ¡Por favor, Cassandra! —Rogaba él mirándome con los ojos cristalinos—. No me hagas esto, sabes que amo a alguien más, no quiero perderla.

     —No puedo hacer nada y lo sabes. —Me partía el corazón verlo así, en realidad no podía hacer nada, sino nos casábamos mi padre no daría ni un centavo, eso era lo él no sabía y nadie quería decirle, no sería yo quien lo hiciera—. Nunca imaginé que la idea de estar a mi lado fuese tan asquerosa para ti, pero descuida puedes tenerla, este será solo un matrimonio por conveniencia, si no me quieres tocar está bien. No estás obligado a hacerlo.

     —Está bien, no voy a rogar por esto, pero ten en cuenta que el afecto que te tenía, ya no existe. —Se marchó dando un portazo partiendo una vez más mi corazón.

     Soy una perra egoísta, era lo que me sentía por no dejarlo libre. Sin embargo, quién puede culparme cuando tienes la oportunidad en bandeja de plata. Ese día Jorge fue a verme, desde ese día que me salvó los tres nos convertimos en los mejores amigos.

     —No te sientas así, no eres una perra egoísta, solo, estás enamorada —consolaba él mientras me abrazaba.

     —Si fueses visto como me miró no dirías eso, cómo me rogaba para que no nos casáramos, no estarías diciendo esto.

     —Cassi, ¿de verdad nunca amaste a nadie más?

     —Una vez alguien me salvó, y cuando lo vi defenderme fue un agrado en su totalidad, algo en mí había hecho clic, pero mi corazón ya estaba ocupado. No puedo asegurar que fue lo sucedió ya que fue extraño de sentir, garantizando que esa fue la primera vez que mis ojos y corazón reaccionaron por alguien más. —Me sinceré, era la primera vez que se lo decía.

     —Si lo fuese sabido muchos, muchos años atrás, te fuese conquistado —expresó acariciando mi rostro y mirándome con anhelo—. Pero ya es tarde, así que nos veremos mañana en el altar.

     Fui una tonta por no mirar a Jorge cuando tuve la oportunidad, pero me aferré a la idea de que Benjamín podía amarme, que nada fue suficiente. El día de nuestra boda debió ser lo más especial del mundo, no lo fue. Para todos éramos la pareja feliz, pero la forma en cómo me miraba, no lo era, bebió hasta emborracharse y Jorge yo lo tuvimos que llevar a arrastra hasta el hotel.

     — ¿Estarás bien Cassi? —preguntó mi amigo con preocupación.

     —Está borracho, ¿qué puede salir peor?

     Mi mala suerte era profunda, porque sí fue peor, lo vi tirado en la cama y lloré. Allí estaba el hombre que tanto había amado, estaba completamente borracho para olvidar la idea que se había casado conmigo. Me desvestí quitando todo lo bonito que había comprado para lucírselo, ya ni eso podría ser. No sabía qué ponerme, opté por un pijama de vestido sexy así no la fuera a lucir, sentía mucho calor y eso al menos era refrescante.

     Adentrada la madrugada, sentí como unas manos me tocaban, me asusté, recordé que me había casado y quien me tocaba era Benjamín, me acercó a su cuerpo besando mi cuello, eso me dejó tensa ya que nunca había estado con ningún hombre, y de pasar no sabría qué hacer. Sus labios besaban mi cuello descendiendo bajando la tira de mi pijama, sus manos acunaron mis pechos que reaccionaron de manera inmediata, eso se sentía demasiado bien.

     Se montó encima de mí alzando mis brazos con una de sus manos mientras con la otra hacia añicos mi vestido, eso me sorprendió, pero me encendió al mismo tiempo. Besó mi boca con desespero y anhelo, en ese momento me sentía amada, querida, sentí que era el comienzo de todo. Descendía por mis pechos, mi vientre hasta que llegó allí, ¡Dios! Las sensaciones eran tantas que no sé ni cómo explicarlas. Su lengua jugaba conmigo me penetraba con los dedos, algo se apoderó de mí, que lo aparté dejándolo debajo para quitarle la ropa y besarlo, me dejaba hacerle mientras jugaba con mis senos, eso me encendía, era mi punto débil por lo que veía.

     Estábamos piel con piel y el momento había llegado, fue lento y sentí una presión espantosa hasta que cedió y chillé, porque me dolió, pero él me besaba y jugaba con mi sexo haciendo que el dolor se esfumara. No creía que estaba pasando, el hombre que yo amaba me había hecho suya, y había sido lo mejor, sin embargo, cuando abrió la boca todo se vino al carajo.

     —Melanie, te amo, siempre te amare. —Eso fue lo último que podía soportar, no era a mí a quien le hacía el amor.

     Era mi cuerpo el que poseyó, pero no en mí en quien pensaba. No lo dejé terminar, lo quité de encima haciendo que reaccionara. Cuando miró lo que había pasado y las lágrimas correr por mi rostro, vi la culpabilidad en su mirada. Ya era demasiado tarde. 

Soltar #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora