Narra Robin
Las copas de los árboles se mecían bajo un cielo encapotado que prometía una lluvia pesada. Aunque no había pasado aún la media mañana, un aura gélida emanaba del bosque, alertando a todo aquel que se atreviera a pisarlo de que aquel día el frío lo embargaría todo en el valle. Aquel tiempo lo teñía todo de melancolía.
La compañía no ayudaba, hoy estaba solo. León y Max estaban ayudando al padre Alejandro en la iglesia a preparar no sé qué para la próxima festividad, por lo que habían desaparecido desde primera hora de la mañana; María y sus primos no habían aparecido aquella mañana por lo que supuse que estarían ocupados o el mal tiempo los había mantenido en casa; Lucas se había pasado por aquí hacía unos minutos pero tras ver que hoy no teníamos la visita De la Vega, no había tardado mucho en echarse a dormir en el primer sitio cómodo que había encontrado; Rebeca había pasado una mala noche y estaba en cama intentando recuperar algunas horas de sueño perdidas por lo que tampoco quise molestarla. Además, cuando estábamos solos tampoco quería forzar mi presencia a su alrededor para no hacerla sentir incómoda.
Solitario y aburrido, había recurrido a mi rincón favorito. Me encogí aún más contra la fría piedra, intentando mantener algo de calor en mi cuerpo, pero no funcionó de mucho. Era extraña aquella temperatura tan baja en esta época del año, aunque era cierto que a veces en el valle, por la altitud a la que estaban, descendía rápidamente la temperatura. Sin embargo, aquello sugería que no solo se avecinaba la llegada de la lluvia, sino la de una tormenta.
Apoyando la cabeza contra la vidriera de cristal, observé el bosque a través del color azulado del fragmento recortado de vidrio. Siempre me había fascinado como el valle podía cambiar tanto dependiendo de los colores a través de los cuales se observara. Aquella enorme cristalera estaba compuesta por muchos fragmentos diferentes, tanto en tamaño como en colores, por lo que dependiendo desde cual de ellos miraras podías apreciar paisajes completamente diferentes.
Mi preferido siempre había sido el azul. Aquel tono le daba un aspecto calmado a todo, como si todo estuviera rodeado de agua en calma. Parecía como si el bosque se hubiese hundido en el océano y se hubiese convertido en su fondo marino.
El mar.
Por eso me gustaba aquel color, porque el azul siempre representaba al agua, y el agua siempre había representado a mi hermana. No era solo porque sus poderes hubiesen estado íntimamente ligados a ese elemento, sino porque ella misma representaba a las aguas. Era salvaje e indomable, eras incapaz de combatir con ella y ganarle, igual que a una marea; tenía un carácter templado y en calma, pero feroz cuando lo necesitaba, igual que las aguas cuando cambiaban de su tranquilidad habitual para embravecer cuando una tormenta arreciaba; era hermosa y única, como las perlas que nacían en lo más profundo del océano. Y podría seguir diciendo muchas más cosas de ella que la hacían parecer una verdadera hija del agua.
No me había dado cuenta de lo ensimismado que estaba en mis recuerdos hasta que un movimiento justo donde mis ojos estaban clavados entre los árboles me llamó la atención. Mi mente colapsó y, por un segundo, me embargó la esperanza de que fuera mi hermana volviendo a casa. La felicidad no duró más de un segundo, el tiempo suficiente para que mi mente me trajese de nuevo a la realidad.
Limpiándome la lágrima que había escapado hasta mi mentón, me recompuse mientras no perdía de vista aquel movimiento extraño entre la maleza. Había esperado ver unos pantalones enfundados dentro de unas botas altas y una camisa blanca e impoluta, por eso me sorprendí al ver un suntuoso vestido color vino blanco, engalanado en todo su esplendor. Sorprendentemente el tono claro no resaltaba contra la maleza de su alrededor, pero el color rojo furioso de la cabellera de María era otro tema. Se me hacía raro verla vestida así, aunque había sido como la había conocido por primera vez en el carruaje, sin embargo, verla con un chaleco y unos pantalones parecía ser más fiel a su verdadera esencia.
Esperé a ver salir a sus primos con ellas, pero al parecer no tenía compañía. Fruncí el ceño al darme cuenta de que eso significaba que había cruzado todo el bosque sola. Incluso sabiendo que había bandido por aquellas tierras, había tenido la desfachatez de correr aquel riesgo.
Me separé de la vidriera y me aligeré a la ventana de la derecha para tirar la escalera de cuerdas para que pudiera subir. Después de unos segundos, me asomé para ver porqué tardaba tanto y la vi a medio camino luchando contra las cuerdas para llegar a la cima. Estaba teniendo problemas para subir debido a su pesado vestido y porque llevaba un bulto contra su pecho. No reconocí que era, pero me di cuenta de que lo sujetaba con fuerza con uno de sus brazos, por lo que le costaba aún más subir con una sola mano.
La observé con nerviosismo y me preparé por si hacía falta que bajara rápidamente a ayudarla, pero después de varios tropiezos que me hicieron sacar medio cuerpo por la ventana para intentar sujetarla, alcanzó la cornisa.
Le ofrecí mi mano para ayudarla a cruzar el marco de la ventana y sin dudar, deslizó sus dedos sobre los míos y dejó que la sostuviera con fuerza, atrayéndola hacia el interior, atrayéndola hacia mi.
Cuando sus pies tocaron el suelo lo hicieron con inseguridad, hasta el punto en el que se deslizaron, sin estabilidad. Deslicé mi brazo libre en torno a su cintura para evitar que diera contra el suelo. Tomó una profunda bocanada de aire intentando recuperar la compostura, su aliento estaba agitado por el esfuerzo que había hecho subiendo hasta aquí por lo que dejó caer parte de su peso en mí. Sentía el latido de su agitado corazón bombeando con ímpetu contra mi propio pecho y solo entonces fui consciente de lo cerca que la tenía.
Por primera vez la tenía entre mis brazos.
La sostuve con cuidado, dejando que se recuperase un poco, sin embargo, no dejé de mirarla hacia abajo, con mala cara. Desechando a un segundo plano los pensamientos que corrían desbocados por mi mente sobre su cuerpo contra el mío. No esperé mucho más para empezar a interrogarla.
–¿Qué demonios haces aquí? ¡Has venido sola! –la acusé con gravedad en la voz.
–Calma, no ha pasado nada –volteó los ojos quitándole peso a mis palabras.
–Podría haber pasado, sabes perfectamente que ahí afuera están esos tipos. No quiero ni imaginar lo que harían si dieran contigo... –inconscientemente apreté su mano entre la mía.
María me miró fijamente a los ojos y pude jurar que vi algo en ellos moverse, como un pensamiento que bailaba tras sus pupilas.
–Está bien, he tenido mucho cuidado. Iba a venir con Anna pero ha tenido que quedarse para cubrirme por si alguien se daba cuenta de que me había ido y mi primo está fuera unos días con los preparativos para Rebeca, así que no me quedaba otra que escabullirme sola.
–¿Y qué es tan importante para que hayas tenido que venir? –le pregunté mordazmente. No iba a consentir que se pusiera en riesgo por una tontería.
Mi pregunta parece que la animó y olvidó mi regañina inicial.
–¡Lo he conseguido!
–¿Conseguido? ¿Conseguido el qué?
–¡El libro de mi padre! –emocionada, se separó de mí y soltó mi mano mostrándome lo que llevaba en brazos.
Extrañé inmediatamente su calor contra mi piel pero presté atención a su entusiasmo y observé el tomo marrón que me enseñaba. Era ancho y se veía estropeado, pero no como un libro antiguo descuidado, sino como uno pulcramente guardado pero sobre el cual no había sido gentil el paso de los años. Tenía un aspecto regio, elegante, incluso con la falta de oropeles.
Pasé la mano por el relieve de la cubierta de cuero, acariciando aquellas siluetas de enredaderas con minuciosidad. Por un instante, me hizo imaginarme que aquel sería el aspecto del poder de María.
Sin embargo, cualquier pensamiento de mi mente desapareció cuando leí el título: Las Hijas de la Luna.
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Enredadera negra y roja
FantasyUn valle encantado. Dos familias enfrentadas durante generaciones. Un amor condenado al odio y un odio destinado al amor. Dos herederos enlazados por la magia. ¿Qué podría salir mal? Verse con Robin, el hijo del mayor enemigo de tu familia, no es b...