4. ¿Sincero o cruel?

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April.

Me quedo mirando mi celular, el cual se encuentra sobre la mesita junto a mi cama. Es curioso que en este instante parece lo más importante de mi vida, cuando quizás no lo es.  Una llamada que puede cambiar ciertas cosas, o que puede empeorarlas.

Han pasado varios días desde mi cumpleaños, lo que quiere decir que llevo ese tiempo sin hablarle a Bastián, a pesar de tener su número. Y lo que también quiere decir que aún no tengo una respuesta a su propuesta.

Debería ser sencillo, poder tomar un decisión y sentirme completamente segura de ella, pero no lo es.

Es más, es bastante complicado. Y honestamente quisiera poder ser capaz de decidir algo y no sentirme dudosa luego, no pensar a cada rato: ¿será que si lo hice bien? ¿Debería haber tomado otra decisión? ¿Debería haberme esforzado un poco más? Y de ser así, ¿habría sido suficiente? 

Solo quisiera pararme, decir lo que pienso y sentirme segura, nunca tonta, nunca menos.

Por supuesto no es el caso, ya que por lo general suelo ser de las que piensa y piensa, y piensa, y me preocupa no poder dejar mis pensamientos en blanco ni siquiera un segundo, y si puedo confesar algo es que el mayor enemigo que he tenido a lo largo de mi vida, es mi propia mente.

Y lo peor del caso es que, ¿cómo puedo pararla? ¿Cómo puedo dejar de permitir que me destruya cada que pueda? No lo sé, y temo que no haya una forma.

Así que suspiro, cayendo sobre el sofá de mi sala de estar y llevo una papita a mi boca.

Viene hacia mí el recuerdo de la humillación de mi tía y mi madre en la cena, el cómo hablaron sobre mi cuerpo como si yo no estuviera ahí. Lo mal que me hizo sentir, tan apenada. Por inercia mi mirada viaja hacia mi abdomen blando, hacia esa parte que tanto he odiado, que tanto he querido eliminar, sin éxito.

Opto por tomar el empaque, y escrudiñar la parte trasera, yendo hacia esa lista en donde están las calorías. Mi corazón se acelera y las manos me sudan, trago duro mientras la garganta se me seca a tal punto en el que siento una mano invisible rodeándola.

Saco mi celular, buscando el número de calorías que debería consumir y cuántas no, salgo de una página y entro en otra, y luego en otra. Llego a  darme cuenta de lo grave que es mi situación, de lo mal que estoy, y lo mal que está mi peso y figura.

Debo cambiar. Pero, ¿cómo puedo hacerlo?

Con ese pensamiento tecleo "dietas" en YouTube (porque es más fácil para mí ver vídeos)  y miles de resultados alumbran la pantalla. Muerdo la uña de mi pulgar, y comienzo a sumergirme más y más en los vídeos que salen. En experiencias que han llevado a chicas a su peso soñado, pero con medidas drásticas. Sin embargo le funcionaron.

Pienso que es peligroso, pero ignoro esa advertencia de la parte más sensata de mi cabeza, porque la otra solo pone la cara de mi madre o de mi tía mirándome mal cuando tomo algo para comer, lo que me hacen sentir sus comentarios a pesar de que quiera ignorarlos, o de lo difícil que se ha vuelto últimamente ver mi reflejo; de la molesta sensación en mi garganta o de las lágrimas en mis ojos.

No me doy cuenta de la hora que es hasta que el sol ha bajado su intensidad y me queda claro que el día ha quedado atrás. Estirándome, dejo mi móvil a un lado, y bostezo, mirando el reloj en mi sala. Me duele la cabeza, demasiado, y sé que es por haber puesto tanta concentración en algo y no distraerme con otra cosa.  Frunzo el ceño al oír una notificación en mi celular, y cuando lo agarro suspiro.

Un "pequeño" favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora