12. Una mañana en París.

43.1K 3.9K 943
                                    

Bastián.

Llevo esperando a April alrededor de veinte minutos, o un poco más. Me desperté a las cinco en punto, porque salir a trotar es una buena actividad física para ser realizada en el horario matutino. April se levantó media hora después de mi, y desde entonces está metida en el baño, arreglándose.

Puedo entender que las mujeres invirtieran tiempo en arreglarse, no tenía que tener opinión al respecto porque no era mi asunto, pero, ¿April necesitaba tanto tiempo para ponerse ropa deportiva?

—April, ¿ya estás lista? —inquiero cerca de la puerta.

—¡Ya casi! —responde alzando mucho la voz.

Pasan unos minutos hasta que finalmente April sale del baño. Mis ojos barren su apariencia, reparando en su suéter naranja y sus pantalones sueltos oscuros. Su cabello oscuro está recogido en dos coletas y su rostro no lleva ni una pizca de maquillaje.

Sus pecas me siguen maravillando, desde su nariz hasta sus mejillas.

—Esto fue lo mejor que pude conseguir considerando que no traje ropa deportiva —anuncia, enredando en sus dedos.

Asiento.

—Andando —le indico, llevándola directo hacia la cocina.

La sensación de volver a casa es singular y no sé si extrañaba estar aquí o no. Amo a mi familia, incluso a mi padre, que veía dos veces cada seis meses cuando vivía aquí, pero nunca me sentí perteneciente a todo esto.

A las cenas de alta sociedad, a las galas benéficas, y los chismes que se regaban por internet.

Mi padre tampoco ayudó a hacerme sentir que debí quedarme. Él insistió en que debía estudiar negocios para hacerme cargo de la franquicia de perfumes el resto de mi existencia, que solo sería miserable si hacía lo que él decía. Dejó de hablarme cuando le informé que estudiaría lo que yo quería y que tras sacar la carrera me iría a Canadá.

Y no lo resentía, estaba cómodo con nuestra relación lejana e impersonal.

Nuestras personalidades y temperamentos fueron un gran choque en mi adolescencia, ninguno quería ceder ante el otro y eso nos llevó a discusión tras discusión. Mudarme solo aligeró la situación.

Mi madre, al contrario de mi padre, nunca tuvo objeción a lo que mis hermanas y yo hacemos o dejamos de hacer, siempre y cuando no interfiera en nuestro bienestar, ella lo acepta. La queríamos por eso.

—¿Desayunamos antes de correr? ¿No se supone que eso malo? —pregunta April, frunciendo el ceño.

—Sí, puede ser malo si no hacemos la digestión antes, pero no vamos a comer nada pesado, necesitamos energía, así que haré un batido de frutas. ¿Te gusta?

—La pera no, todas las demás sí me gustan —responde, apoyándose en el mesón mientras bosteza.

Me veo perplejo cómo su bostezo me parece adorable. Adorable.

Nunca he sido ajeno a la belleza de April, aunque ella se desvive por decir que no tiene ni un ápice de ella. Por algo me había sentado junto a ella en el bar aquella noche, porque me iba a arrepentir si no hacía un movimiento.

April era bonita. Muy bonita. Con su ropa colorida, sus ojos expresivos y su sonrisa vivaz.

Luego me hizo fingir que era su bendito novio y ahora estamos envueltos en una mierda demasiado complicada. Ya ni siquiera importa una mierda si es bonita o no, o si me parece adorable y quisiera patear a todos los que le habían hecho creer lo contrario. Solo importa que finjamos que nos amamos y hacerlo bien.

Un "pequeño" favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora