11. Cena

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April.

Una vez llegamos abajo sus hermanas y madre están sentadas alrededor de la extensa y larga mesa de vidrio. Lía es la primera en levantar la cabeza, dándome una sonrisa de mejillas llenas de uvas.

—¿Dormiste bien, April? Lo siento por haberme llevado a mi hermano, apuesto que habrías descansado mejor con él —De nuevo sus cejas altas y pícaras—. Y antes de que digan algo, solo dije descansar, no me refería al sexo.

La palabra me hace ponerme nerviosa y sin intención aprieto la mano de Bastián. El calor sube por mi cuello y siento mis orejas hirviendo como si fuera una sopa hecha por una abuela.

Bastián me guía hacía una de las sillas vacías, y retira la silla para que así pueda sentarme. Le ofrezco una tímida sonrisa y él responde con una casi visible, sentándose a mi lado, frente a sus hermanas y su madre en la cabeza de la mesa. De nuevo mi curiosidad me pincha al darme cuenta que no hay rastro del padre de Bastián. ¿Acaso sus padres están divorciados o solo está en algún viaje de negocios? (Eso es lo que decían las personas de dinero siempre, ¿no?).

—Sí dormí bien, gracias por preguntar —musito, viendo a Lía.

—Si necesitas algo puedes decirnos, April. Queremos que tus días aquí sean encantadores —dice la madre de Bastián, el color carmesí en sus labios bailando hacia arriba en una sonrisa.

—Estoy segura de que lo serán. Siempre quise visitar París —confieso—. Es mejor de lo que me imaginé.

—Cerca hay unos viñedos que quizás te puedan gustar, y está de más decir que puedes recorrer todas nuestras propiedades, Bastián será una buena guía turística —continua diciendo, observando a su hijo con amor y luego volviendo sus ojos hacia mí—. ¿Te molestaría contarnos un poco sobre ti?

Rio, algo, o mejor dicho, malditamente nerviosa. ¿Qué se supone que voy a contarle? ¿También debo mentir y decirles que soy una doctora que lucha por encontrar la cura para enfermedades? Mi vida es tan simple y aburrida que me da pena decirla frente a personas que tienen vidas tan extraordinarias. Pero seamos honestos, ¿tengo otra opción? Por supuesto que no, así que respiro profundo.

—Trabajo en un museo en Toronto —digo, relamiendo mis labios.

—¡No hay manera! ¿Tu trabajo consiste en estar rodeada de cuadros famosos? —replica Lía—. Eso es tan genial.

Parte del peso en mis hombros se disipa y me anima a seguir.

—Sí, lo es. La parte más emocionante es cuando traen piezas nuevas, y a veces usan la galería del museo para exponer cuadros de artistas locales y modernos, eso es entretenido.

—Lía pinta —indica Eliette.

Las mejillas de Lía se tinturan con una adorable vergüenza.

—No son tan buenos como los de Simone, pero hago el intento de pintar —explica, bajando un poco la mirada—. El año que viene iré a la universidad de Arte, espero mejorar allí.

—¿Tú qué estudiaste en la universidad, April? —replica Eliette, curiosa.

Tuerzo la boca y las palmas de mis manos sudan. Sé que cundo diga que no fui a la universidad pensaran que mi inteligencia no es suficiente, y estarán en lo cierto.

Un "pequeño" favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora