10. Bonjour

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April.

Francia.

Estoy en Francia, ¿acaso pueden creerlo? Porque honestamente yo no. Parece tan irreal estar aquí. Un país que siempre me había fascinado en cuanto a lo hermoso que parecía ser en las pelis y fotos. El lugar en donde las pasarelas de modas eran espectaculares. Donde los croissants eran un sueño.

Miro las calles mientras vamos en el taxi camino a la casa de la familia de Bastián y estoy tan absorta que apenas me siento nerviosa al respecto, cuando muy en el fondo sé que a apenas llegue a la entrada del lugar en donde creció, mis piernas se volverían de gelatina.

Mi corazón salta desbocado en cuanto en mi visión periférica aparece la torre Eiffel, más alta de lo que alguna vez hubiera fantaseado, y sí que había fantaseado con ella un sinfín de veces.

—¡Mira! —suelto sin contenerme mi júbilo, clavando mis dedos en el bícep de Bastián.

Él me observa en silencio, luego su mirada viaja hacia la torre y una pequeña sonrisa aparece en su rostro.

—Vendremos a verla —afirma, haciendo una seña hacia ella.

—Ese día seré la más feliz de todos los felices —suelto, mis labios curvándose tanto que me duele la mandíbula—. He soñado con esto, demasiado, y ahora te juro que siento que mi corazón va a salir volando de mi pecho.

Ni siquiera es posible, lo sé, pero hace dos meses tampoco creí que fuera posible estar en Francia, y mírenme aquí... Lo que sea. Me refiero a que, uno puede decir la cantidad de cosas estúpidas que quiera, por más imposibles que parezcan ser en un inicio, y aun así quedar sorprendido con lo que el pequeño y travieso destino tenía planeado. Aunque bueno, ojalá no se volviera real que mi corazón saliera volando, sería una lástima. Pero por ejemplo, mi relación falsa con Bastián, esa noche, justo antes de mi cumpleaños, cuando fui hacia el bar para ver si me sentía mejor sobre el rechazo de mi mejor amigo, nunca se me pasó por la cabeza que iba a ser el principio de toda una gran locura. Misma locura que me trajo a la mismísima Francia.

—No es la gran cosa cuando la ves de cerca, pero si te hace ilusión, cómo ya dije antes, vendremos —asegura, ninguno de los dos haciendo algo para terminar nuestro pequeño contacto físico.

Asiento, sonriente. De golpe mi rostro se pone serio mientras pienso en que debo preguntarle algo que me ha estado atormentando en el viaje, del que por cierto salí con el trasero dormido.

—¿Qué tipo de pareja se supone que somos? Quiero decir, ¿seremos de esas que siempre se están mostrando cariño en público o seremos más reservados? ¿Hay que decirnos apodos? Eso sería tierno, una buena idea.

—April, yo diciendo apodos no está sucediendo. Simplemente no.

—¿Qué tienen de malo los apodos? —Frunzo el ceño, viéndolo.

—No nos pusieron un nombre para que nos anden llamando por otro, además los apodos de parejas son sosos —Hace una mueca, sacudiendo la cabeza.

—Hay unos que son decentes, y desde donde yo lo veo es incluso romántico —replico—. Como "amor", "cariño", "mi vida", "linda".

Bastián alza una ceja, con esa expresión coqueta que tenía la mañana en que apareció en mi cama.

—¿Quieres que te diga alguno de ellos? Quizás quede mejor poder llamarte "osita". Queda muy bien contigo.

—Eres hilarante, Bastián —digo, poniendo los ojos en blanco—. Me llamas así y espera lo mismo para ti. Te diré osito delante de tu familia.

Un "pequeño" favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora