54. Dress (parte uno).

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April.

Voy a tener una cita con Bastián. Voy a tener una cita con Bastián.

Y no tengo qué ponerme. Código rojo. Ninguno de mis vestidos parece ser lo suficientemente bonito como para algo tan especial y estoy entrando en pánico. Solo tengo unas cuantas horas antes de las nueve. Horas.

Bastián está en la oficina que tiene en si departamento, mientras yo estoy en el sofá, mirando hacia la pantalla del televisor apagado, tomándome un café y pensando en qué debo hacer.

Mi mente gira y gira ante la única opción lógica que tengo. Ir de compras. Mi estómago se hunde, sabiendo que han pasado años desde la última vez que compré mi ropa en una tienda. Por lo general prefería las tiendas en línea, sin probadores que me hacían querer huir, sin espejos que me hacían sentir atrapadas y piezas de ropas que me provocaban pánico.

Respiro profundo, y recuerdo que debo enfrentar mis traumas. No puedo solo seguir ignorando, no puedo seguir dándole la vuelta a la calle para no pasar por esa esquina, no puedo esconderme. En realidad, sí puedo, pero no quiero.

Dejo la taza a un lado, y me pongo de pie. Antes de poder seguir dándole vuelta, me dirijo hacia la oficina de Bastián y abro con cuidado, con miedo de interrumpir la reunión que debe estar teniendo.

Él levanta la mirada al instante, y nuestros ojos se encuentran. Mi pulso sale galopando con intensidad y la respiración se me atasca.

—Disculpen, pero tengo algo que atender, volveré enseguida.

Bastián presiona unos botones en su laptop, lo que supongo que debe ser la cámara y el micrófono para apagarlos, y empieza a caminar hacia donde estoy.

—No quería molestar, solo venía a decirte que voy a ir de compras —susurro apenada de que haya interrumpido su trabajo.

—No molestas nunca, April. Ellos pueden esperar. Tú no. En media hora podremos ir.

Muerdo mi labio.

—Gracias, pero me gustaría ir a pie. Llevo mucho tiempo sin dar un paseo.

Le regalo una sonrisa y él toma mi brazo, dándome una caricia que pone mi piel de gallina.

—Bien, me llamas cualquier cosa.

Bastián mete la mano en su bolsillo trasero y saca su cartera, entregándome su tarjeta.

—Gracias, pero...

Él toma mi rostro en sus manos y me besa, interrumpiendo lo que estaba a punto de decir. Mi estómago cae en picada, y siento el calor inundar mi cuerpo.

—Úsala, April.

Ya ni siquiera quiero replicar, no cuando su orden y su tono autoritario hace cosas en mi.

—Lo haré —afirmo. Me pongo de puntitas para darle un beso rápido—. Gracias. Me voy, que tu reunión salga excelente.

Mis labios se curvan al tiempo en que alzo una mano para despedirme y voy a la salida. Bastián no deja de observarme hasta que salgo de la oficina, y mi corazón palpita sin detenerse hasta que me monto en el ascensor.

Me deleito con lo hermosas que están las calles mientras avanzo, mirando a los niños, a los ancianos agarrados de manos y las hojas sobre el pavimento. Nunca supe qué era saborear la libertad, sin embargo, eso ha cambiado. Me siento mia, siento que mi vida no es de alguien más, siento que merece la pena, que de verdad la merece.

Hay millones de posibilidades, millones de cosas que quiero hacer, y lo que más quiero es ser feliz, realmente feliz. Con amor y no odio, con risas y no llanto, con todo lo bueno que el mundo puede ofrecer dentro de la crueldad que lo abraza.

Un "pequeño" favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora