Capítulo XLVII

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AQUELLA NOCHE EN LAS VEGAS

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AQUELLA NOCHE EN LAS VEGAS

Un modelo y un guitarrista, ebrios en Las Vegas, ¿qué puede salir mal? Probablemente todo se convierta en un desastre; mucho más cuando uno de ellos no está acostumbrado a beber en excesos. Si bien una ciudad tan grande y conocida por ser llamada la “ciudad del pecado”, es un lugar que está siendo participe del inicio de una historia entre dos desconocidos aparentemente incompatibles.

Mientras Alan dice no y a pesar de esta muy alcoholizado, sigue siendo el más racional entre los dos; por otro lado, Rey termina saliéndose con la suya arrastrándolo contra su voluntad. Después de todo, terminan riéndose a carcajadas sintiéndose verdaderamente libres uno con el otro.

—¡Estas verdaderamente demente! ¿Se te durmió el cerebro? —Alan recrimina acorralándolo contra la mesa de apuestas, mantiene su ceño fruncido y los brazos cruzados esperando una respuesta—. Las posibilidades de que ganes son nulas, considera el hecho de que estas en bancarrota. Todo lo que ganaste tocando está perdido, sin duda alguna…

—A ver, amargado. ¿De quién es el dinero?

—Tuyo.

—Entonces calladito, solo dame suerte —sonríe dándole un guiño coqueto que lo hace blanquear los ojos resoplando—. Si lo pierdo todo, puedo tocar de nuevo y recuperarlo. No te estreses, modelito.

—No me estreso.

—Si como no —suelta una carcajada observando la mesa, en donde están esperando que diga su número para hacer girar—. Dime un número.

—Tres.

—¿Rojo o negro?

—¿Cuál es tu color favorito?

—Rojo.

—Entonces; Tres al rojo.

Rey sonríe asintiendo y en ese momento cerrando las apuestas hacen girar la ruleta; todos alrededor esperando expectantes a que se detenga en sus números preferidos. Poco a poco va disminuyendo la velocidad e inconscientemente ambos entrelazan sus dedos sosteniéndose con fuerza.

La ruleta se detiene exactamente en el tres de color rojo.

—¡Si! ¡En sus caras imbéciles!

Rey de manera rápida e inmediata salta sobre él siendo automáticamente sostenido. Las manos de Alan están debajo de sus muslos sonriendo ampliamente por esa victoria, sintiéndose más relajado de que el niñato no perdiera el dinero que había ganado horas atrás en la gala. Pero lo que no esperaba era que Rey posara sus dos manos en sus mejillas juntando sus labios con los de él; un beso suave, lento y excitante a su manera.

—Eres mi amuleto de la suerte, amargadito —deja otro casto beso antes de separarse a recibir sus fichas—. Bien, vamos a cambiar esto.

—¿Qué se supone que harás con todo eso?

Hasta que una firma nos separe | EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora