ALAN HOLT
Me recargo en el espaldar de mi asiento mientras escucho las distintas discusiones alrededor de la mesa. En sí, esta discusión no me concierne y ni siquiera debería estar siendo parte de algo tan absurdo como esto. Solo me encargaré de llevar a cabo lo que todos ellos acepten en esta reunión y entiendo que hayan decidido invitarme para pedir algún tipo de asesoría, pero hasta ahora solo se han enfocado en intereses unilaterales y esto me hace perder un tiempo que no tengo a la nada.
Todos llegamos a un punto en el que el tiempo es lo más importante y desperdiciarlo podría ser tu peor error.
Hay una razón específica para que esta reunión esté pesándome demasiado; está mañana me ha constado más de lo habitual desprenderme del niñato que tengo como esposo y creí que esto sería beneficioso para mí. De haber sabido que sería tan absurdo, hubiese preferido quedarme junto a mi esposo algunas horas más y probablemente habría podido desayunado al mucho mejor preparado por sus manos que un insípido café.
Suspiro apartando la mirada de todos ellos distrayéndome en el exterior de la oficina gracias a que todo era de vidrio, podía tener una buena vista de la recepción. Hago oído sordo a todo lo que dicen y solo observo como los empleados entran y salen cada minuto, otros más apurados que otros.
Así es la vida laboral.
Me froto la sien disimulando un bostezo y estiro mi brazo para tomar mi taza de café; sin embargo, entre todos esos empleados que entran y salen apurados, logro contemplar la entrada de mi esposo.
Porque obviamente tiene que lucir tan precioso e impecable con cada paso que da ingresando. Sí, me fue muy difícil acostumbrarme que a donde fuera estuviera ganándose miradas, más de las que hace unos años recibía. Me digo a mí mismo que recibe mucha atención por las grandes cosas en las que se ha visto su nombre a lo largo de los años, pero, honestamente hablando, es hermoso. Y completamente mío.
Mi precioso esposo consentido.
Deslizo la mirada por toda su anatomía; su cabello negro perfectamente arreglado, como también está usando una de mis camisas y no me molesta, porque se ha convertido en una adicción verlo usarlas, más aún cuando deja esos botones libres y las dobla hasta los codos dejando a la vista esos característicos tatuajes de su brazo.
Sí, puede que su forma de vestir sea más formal, pero su estilo siempre será el mismo. Aunque hace mucho que no utiliza esos anillos y lo único que jamás se quita, ni de casualidad; son los anillos de nuestros matrimonios.
Sí, el de Las Vegas y el oficial en Múnich.
Pero no soy nadie para decirle algo al respecto, porque también utilizo ambos anillos de matrimonio. En algunas ocasiones han preguntado al respecto y solo digo que me casé dos veces con mi esposo.
Para muchas personas: casarse una sola vez parece ser un martirio y una condena, que me haya casado dos veces con la misma persona parece ser un acto de demencia. Entonces estoy muy demente por aceptar que me casaría las veces necesarias con la única persona que amo si es necesario.
Un carraspeo me hace salir de mis pensamientos y apartar la mirada de recepción.
—Señor Holt, ¿cuáles son sus recomendaciones?
Vuelvo a recargarme en el espaldar de mi asiento, le doy un sorbo a mi café que ya se encuentra frío y más asqueroso que antes.
—Recomendaría que discutan sus diferencias antes de contactarme a una reunión como está. Está claro que no tienen una visión concreta de lo que quieren, así que le pediría que primero analicen eso antes de contactarme para una reunión —me levanto de mi asiento alejándome de la mesa—. Es más, cuando tengan una visión concreta de la decisión que tomaran, les pido que solo me lo hagan saber en un correo y yo me encargaré de lo demás. Por favor, no vuelvan a contactarme de esta manera.
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Hasta que una firma nos separe | EN FÍSICO
Teen FictionUn modelo y un guitarrista aficionado, ebrios en Las Vegas, ¿qué puede salir mal? Jeffrey es invitado a tocar en una de las galas más importantes de la ciudad que asegura dejarle una buena ganancia para su universidad. Alan es invitado por...