Capítulo 2.

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Los días pasaron como una eternidad, dos semanas y Gustabo seguía encerrado.

Ya se encontraba un poco débil, no tanto, tenía las defensas altas pero calculó que después de una semana no la va a contar tan fácil.

Quería agua pero nadie se dignaba a brindársela, quería comida pero nadie bajaba a ofrecerle. Sus muñecas y tus pies dolían por las cadenas de metal.
Su cuerpo seguía marcado y dolía como un infierno.

Sus ojos estaban hinchados de tanto llorar, su cara cada vez más pálida, sus labios resecos, su cabeza dolía, su estómago rugía, sus heridas ardían y su corazón se encogía y dolía cuando recordaba que su vida era miserable.

Ya quiere acabar con su sufrimiento, prefiere morir de una vez a estar días muriendo de hambre, agonizando y soportando el dolor de su cuerpo.

Se le escapó un sollozo de sus labios cuando se acordó que ni su madre había bajado para corroborar si estaba bien.

¿Será también que su madre quiere verlo muerto?.

Y Clara, no saben lo que pasó por intentar agarrar las llaves del sótano sin que su esposo se diera cuenta.

Habían tenido una fuerte discusión cuando Oliver se dió cuenta que Clara intentaba robar las llaves del sótano para liberar a su hijo para así alimentarlo.
Tuvo que encerrarla en el cuarto así como a Gustabo, las únicas y gran diferencia, es que Clara está en su cuarto, recibe las tres comida al día y no estaba encadenada, además, tenía mucha comidad que hasta sobraba.

Oliver salió del cuarto cuando Clara pudo dormir, miró el reloj en su muñeca izquierda. Las diez y media de la noche.

Fue a dormir a otro cuarto, no le apetece ver a su esposa aún.

(...)

Gastón se había levantado en la madrugada, con las copias de las llaves de todas las puertas, con ella, él sótano.
Llevó lo importante, agua y un poco de comida y un suéter de lana para que Gustabo recibiera calor.

Cuando entró al sótano, el silencio y la soledad lo abrazó, era un sensación horrible y sentía pena por ese niño.

Bajó cada escalón hasta prender la tenue luz, miró a Gustabo dormir, débil, cada vez más delgado. Sus muñecas y pies seguían encadenados.

—Pequeño.—Pronunció con suavidad, caminando hasta el pequeño cuerpo del menor.—Despierta, debes comer.

—Gastón...—Gustabo despertó.—¿Qué haces aquí?.—Preguntó, su voz sonaba débil y rota. Sus ojos hinchados y la punta de su nariz roja.

—Mira, te traje algo para que te cubras.—Dejó el plato de comida y el vaso de agua a un lado, y agarró con sus dos manos el suéter que había conseguido para Gustabo.—Te desesposaré y te ayudaré a abrigarte.

Gustabo asintió, sorbiendo un poco su nariz, le agradecía al de arriba por enviarle a un Ángel como Gastón.

Cuando Gastón lo desesposó movió sus muñecas, las cuales solamente fueron liberadas, excepto sus pies.

Fue abrigado por ese cómodo y costoso suéter de lana, le pidió muchas veces con la mirada a Gastón que lo dejara libre pero sabía que no podía hacerlo, tenía prohibido desobedecer a su padre, porque si lo hacía, Oliver no dudaría en dañar la imagen de Gastón frente a las personas y botarlo a la calle porque era consciente de que el servidor era alguien solo, sin familia.

Tomó el vaso de agua, sediento que varias gotas resbalaban del borde de sus labios hasta su mandíbula, terminando hasta su clavícula, justo donde estaba la tela de lana.

¿Castigo o Premio? OMEGAVERSE [INTENABO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora