Capítulo 2

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La mayoría de los empleados del Hotel Alec tenían su propia habitación en el hotel, los gastos existentes se les descontaban del sueldo. No todos ellos vivían en el hotel, pero los que sí lo hacían, como Tobias, lo hacían en un piso, justo en el penúltimo, especialmente fabricado para ser habitado por empleados. El Hotel Alec era gigantesco, así que podían darse ese lujo.

Tobias nunca había sabido a ciencia cierta si el diseño de las habitaciones y el cómo estaban equipadas variaba dependiendo del departamento al que pertenecía cada quien, pero al menos la suya era una habitación mediana, con una cama matrimonial, un tocador de menor tamaño al de las habitaciones de huéspedes, un sillón en el cual sólo cabía una persona sentada, una pequeña mesa de centro a juego con el sillón, una mesita de noche, una lámpara sobre ella, una lámpara de pie en una de las esquinas, un pequeño closet, un pequeño balcón, una pantalla plana mediana y un baño completo. Cada empleado debía hacerse cargo de su propia habitación.

Wendy, Nuria, Charlie y John también vivían en el hotel, de hecho la razón por la que comenzaron a hablar entre ellos fue que se encontraban diariamente en el pasillo por las mañanas. Tobias nunca antes había entrado a la habitación de ninguno de ellos. Él solamente había entrado a las habitaciones de los huéspedes para hacer el aseo y de vez en cuando arreglar cosas que no fueran complicadas de arreglar y estuviera dentro de lo que su cerebro conocía y sus manos podían hacer, pero nunca había visitado las habitaciones de sus amigos. Sin embargo, de vez en cuando su habitación era el punto de reunión por las noches, para hablar y desahogarse de las vivencias diarias de su día laboral.

Ese día el horario laboral de Tobias terminó a las ocho de la noche, como usualmente terminaba de lunes a sábado. Así que dos minutos después de la hora estimada, checó el final de su jornada en la oficina principal del hotel. Extrañamente era el único en la oficina, quizá porque el hotel entero estaba más entusiasmado con la llegada del presidente de Irlanda que con las labores cotidianas.

En fin. ¿A mí qué?

Notó que en el escritorio de la esquina, a un par de metros de él, había un par de plumas fuera del lapicero en el que deberían de estar, así que se tomó la molestia de caminar hacia el mueble y meter las plumas en su lugar. Una vez que se aseguró de que todo en el escritorio estuviera en orden, tomó la gorra que había dejado colgada en el perchero de la pared y salió tranquilamente de la oficina, silbando la estrofa de "Yellow Submarine" de The Beatles, caminando con ritmo en su andar.

En medio del pasillo que lo llevaría al elevador al cual planeaba subir, se encontró a Charlie, quien empujaba un carrito lleno de toallas sucias que seguramente iría a lavar más tarde porque olvidó hacerlo antes. El don de Charlie era olvidar cosas, así que a Tobias no le extrañaba haber llegado a esa conclusión.

—Toby —lo saludó.

Charles —hizo un asentimiento de cabeza y continuó caminando al lado contrario del cual caminaba su amigo.

Pero Charlie no siguió caminando.

—Tobias —lo llamó—. Creo que no te has percatado de esto, y odio tener que ser yo quien te lo diga, pero creo que tu horario laboral aún no termina.

El ojiverde frunció el ceño, desconcertado. Miró el reloj en su muñeca y confirmó que su horario de trabajo ya había concluido.

—Son las ocho con seis minutos. Ya terminó. —Quiso sacudir su cabeza para aclarar sus ideas y darse cuenta de que tal vez estaba confundido, pero evitó hacerlo—. Mi jornada termina a las ocho, al igual que la tuya...

Pero su amigo negó con la cabeza.

—Te buscan en la suite especial. Tú sabes, la más grande del hotel.

El Hotel AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora