Capítulo 22

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—¡Entiende que no está en mis malditas manos, Tobias! —gritó William mientras se levantaba furiosamente de su asiento en la silla para exteriores en la terraza de su habitación.

Durante el enfrentamiento de Tobias sobre el tema de su nuevo matrimonio, él había caminado con pasos alargados y acelerados por toda la enorme habitación hasta llegar a la terraza, seguido de un empleado con rizos achocolatados que derramaba lágrimas a borbotones por culpa de la rabia y de los sentimientos que lo destrozaban a pedazos.

—¡Entiéndeme, carajo! —repitió mientras movía sus brazos con tanta fuerza que casi se le dislocan los hombros—. ¡Entiende que yo no deseo esto y que yo no soy más que el títere de mi equipo!

—¡Eres el jodido presidente, William! —le gritó con voz ronca y rasposa, resultado de todo lo que había estado llorando. Sus ojos estaban tan hinchados como su rostro y la desesperación era más que evidente.

Y verlo tan roto mataba a Ellington, quien sabía cómo ocultarlo.

—¡Pero no soy dueño de mí mismo, Winston!

—Dijiste que los medios y que el resto de las personas creen que lo tuyo con Sara fue pasajero, que tienen un hijo en común pero que no hay más que eso entre ustedes —le reprochó desde su asiento mientras se limpiaba con los pulgares las lágrimas que continuaban saliendo sin permiso—. ¿Esa es la historia que están vendiendo? ¿Que el presidente de Irlanda, luego de tener un hijo con una mujer prácticamente desconocida...?

—La gente cree que fuimos compañeros —interrumpió.

—¡Como sea! —le gritó—. ¿Le van a decir a todo el mundo que luego de embarazar a esa mujer y de no tener contacto con ella más que para hacerte cargo de las necesidades de tu hijo, un día de repente decidieron casarse y le propusiste matrimonio? —Sus labios estaban enrojecidos y moldeados en un puchero doloroso y acongojado.

William se pasó la mano entre el cabello, temblando por la impotencia y la desesperación. Soltó algo parecido a un gruñido y comenzó a caminar de un lado a otro, al igual que un animal enjaulado.

—¡Sí! Esa es la mierda que le vamos a vender a toda Irlanda —respondió con amargura—. Le diremos a todo el mundo la puta mentira de que Sara y yo consideramos que era lo mejor para nuestro hijo y que por eso lo haremos. —Tobias no lo había visto derramar ni una sola lágrima desde que había comenzado a trabajar para él y sin embargo, para ese momento, aquellos ojos azules que la mayor parte del tiempo estaban furiosos, se estaban desbordando en lágrimas silenciosas—. Que un encantador y afortunado día nos dimos cuenta de que el amor entre nosotros era real y que... que por eso nos estamos casando.

—¿A eso fuiste hoy? ¿A pedirle matrimonio? —cuestionó con la voz más que quebrada y la agonía haciéndose presente en la forma que movía sus piernas—. ¿A proponerle un dulce futuro juntos?

—No —respondió con firmeza, deteniendo su andar, parándose frente a él y observándolo tajantemente, en silencio, respirando con fuerzas en busca de poder tomar el oxígeno necesario—. No, no fui a eso —continuó con menos rudeza—. Ella y yo tuvimos una reunión con Carson... Ahí fue donde nos dijo que debíamos casarnos —cerró los ojos, intentando controlar el mar de emociones que lo estaban inundando, al igual que a Tobias—. Ya están preparando la noticia para entregarla a los medios.

—Una noticia —se rió con ironía, mostrando una sonrisa tan derrotada y demente como lo estaba su corazón.

—Sí, una maldita noticia. Eso fue lo que dije —se rascó la mejilla con tanta fuerza que un hilo carmesí apareció en el lugar por donde pasó sus uñas.

Tobias se puso de pie, frotando su rostro con las palmas de sus manos y caminando de un lado a otro, tal cual había hecho William, solo que con más rapidez y con las piernas temblándole; pudo haber caído súbitamente en cualquier momento. Ni siquiera podía sentir el dolor en su trasero, aquel del cual el presidente era el culpable. Caminó, caminó y caminó hasta que los talones y el metatarso de sus pies quedaron adoloridos. Y William lo miró durante todo ese tiempo, en el mismo lugar en el que continuaba parado, tan frustrado como antes.

El Hotel AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora