Capítulo 21

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Su orgullo, herido, le decía que no fuera. No luego de lo que el mefistofélico presidente había hecho. Pero sus celos le pedían lo contrario.

Quería quedarse en su habitación el resto de la tarde, llorando hasta quedar seco, pero también quería acompañarlo al edificio de Sara. Sabía perfectamente que no tendría permitido bajar del vehículo y sabía también que por más molesto y territorial que se pusiera, no tendría derecho de enojarse ni de reclamar nada. Lo sabía tan perfectamente como sabía las tablas de multiplicar, pero aún así quería ir. ¿A qué? No lo sabía. Tal vez simplemente a llenarse los órganos de bilis.

No quería perderlo de vista, no mientras Sara aún estuviera con vida y revoloteando a su alrededor con la excusa de tener un hijo suyo. Así que, con los ojos hinchados por haber llorado y el trasero hinchado y adolorido por su reprimenda, llegó al estacionamiento con dificultad. No solamente le dolía el trasero, también los muslos, las muñecas, la cadera y el corazón. Una parte de él sabía que se lo había ganado pero otra parte también sabía que Ellington se había pasado un poco con su castigo. ¡Nunca nadie lo había castigado ni golpeado de esa manera! ¡Ni siquiera su madre! ¡Y sin embargo un presidente había tenido el descaro de hacerlo!

Dejó sus pensamientos y autocompasión de lado y cruzó la puerta que llevaba al estacionamiento. La camioneta del presidente estaba estacionada a unos pocos metros de distancia y Tobias logró verlo sentado en el asiento del copiloto, observándolo con el semblante endurecido y los ojos igual de oscuros que hace rato.

Le pareció extraño el hecho de que no sería él quien conduciría ya que normalmente prefería ir a ver a Sara él solo. Rehuyó su vista al darse cuenta de que su mirada y la del presidente habían estado fundiéndose más tiempo de lo necesario, así que buscó al conductor del vehículo y se topó con que Nicholas tampoco era el responsable de conducir en esa ocasión. En su lugar había un hombre de ojos grandes y castaños, tez morena, cabello oscuro, un poco de barba y pestañas increíblemente largas. Vestía traje y se veía de reojo en el espejo retrovisor.

Soltó un suspiro antes de acercarse, precavidamente y evitando tener contacto visual con Ellington. Llegó a la puerta trasera, la abrió y subió sin decir nada. Ni siquiera saludó. Se encontró al asistente sentado justo en el asiento de al lado y se preguntó a qué se debía tanta compañía.

—Pensé que no vendrías —le dijo el castaño, mirándolo a través del espejo de la visera parasol—. ¿A qué debemos tu demora? ¿No eras capaz de mover tu escuálido y maldito trasero?

No reaccionó ante la frase irritante. Le dieron ganas de bajarse de la camioneta e ir en búsqueda de Wendy para quejarse por lo sucedido y mencionarle que acababan de atormentar la sensible piel de su trasero, pero mantuvo la calma y se limitó a mirar por la ventana de su lado.

—¿Nos vamos, Señor? —preguntó el hombre sentado en el asiento del conductor. Su voz era suave, baja, y tenía un leve acento árabe.

—Sí, claro —respondió él a secas—. Siobhan, ese bastardo que acaba de subir se llama Tobias. Es un poco malcriado y no sabe saludar ni presentarse, pero es mi empleado personal. Lo será durante lo que dure mi estadía en este hotel —volvió a mirar a Tobias a través del espejo—. Winston, él es Siobhan McMahon y es mi nuevo chófer... Es algo callado y reservado, por lo que veo.

Siobhan giró un poco la cabeza para encontrarse con la mirada del recién llegado y sonreírle con cierta timidez. Él, además de ser introvertido, prefería no hacer preguntas ni comenzar charlas sobre temas que poco le interesaban, por lo tanto lo que sea que tuviera qué ver con el empleado temporal de su jefe lo tenía sin cuidado y no deseaba saber mucho.

—Mucho gusto, Tobias.

—Un placer conocerte, Siobhan —respondió él con una sonrisa fingida y tratando de sonar amable. Después de todo, el nuevo chofer no tenía la culpa de las fechorías de Ellington.

El Hotel AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora