Capítulo 5

1K 92 7
                                    

Esa noche Tobias soñó con un joven hombre de ojos azules, cabello castaño, dentadura perfecta, mandíbula endurecida y sonrisa hermosa e iluminada. Tenía la forma y el físico del presidente que el día anterior había llegado como huésped del hotel en el que trabajaba, solo que el hombre de sus sueños era increíblemente guapo, de cutis suave y personalidad extremadamente afable y atenta. Se ponía nervioso de tan solo mirarlo.

En el sueño aquel hombre le acariciaba las mejillas con sus dedos pulgares mientras los mares depurados de sus ojos se perdían en los bosques frondosos de los suyos y le sonreía cálidamente, transmitiéndole seguridad. Todo lo contrario a lo que el William Ellington de la vida real le provocaba en realidad.

Se despertó al escuchar la alarma que había programado en su celular, removiéndose con los ojos cerrados en su cama mientras maldecía una y otra vez al estúpido dispositivo culpable de interrumpir su tan deleitoso y sosegado sueño. Finalmente abrió los ojos, estiró el brazo para alcanzar el celular, y apagó la alarma. Eran las siete. Lanzó el celular a un costado, sobre el colchón, y dejó caer su cabeza sobre la almohada. Miró el techo un instante e inconscientemente pasó las yemas de sus dedos por sus mejillas... aún podía sentir el tacto imaginario de aquellos dedos que lo tocaron en sus sueños.

Se acarició también los labios, recordando los besos que le proporcionaron los labios del ojiazul la noche anterior, después de haberse bebido dos whiskys dobles y antes de echarlo de su lado con la amenaza de tomar medidas drásticas si se le volvía a aparecer antes del amanecer. Pensaba en lo sucedido y en su cabeza aparecía la idea de que a pesar de saber que el señor Ellington lo estaba usando, o quizá simplemente lo había besado para molestarlo... había disfrutado ser besado por él.

De pronto una idea incoherente, seguramente culpa de lo aturdido que continuaba por haber despertado recientemente, apareció en su cabeza, rogándole al universo que se pusiera a su favor y le permitiera la oportunidad de volver a ser besado por aquellos delgados y experimentados labios pertenecientes al que era su nuevo jefe.

Luego recordó cómo lo había amenazado con provocar su despido y arruinar a su madre. En cómo lo había hecho temblar, al punto de casi provocarle el llanto. En cómo lo hizo enfadar y el coraje que le provocó al punto de sentir su corazón en la garganta. Pensó también en que tal vez la razón por la que lo echó del bar anoche fue que conseguiría alguien con quién pasar el resto de la noche; un acostón con un chico o una chica a su altura...

Y el estómago se le revolvió. ¿Cómo podía ser tan imbécil y pensar que él se convertiría en alguien especial para aquel presidente arrogante? ¿Cómo podía ser tan estúpido para permitirse ser usado? ¿Cómo pudo llegar a pensar que no le importaba ser usado siempre y cuando Ellington lo besara una vez más, demostrándole falso afecto?

¡Claro que esa bestia lo estaba usando! ¡Era un castigo que se había ganado por ponerse firme con él! ¡Claro que él no se volvería especial para aquel presidente que se hospedaría dos meses enteros en el hotel en el cual trabajaba y en el cual se encargaría de joderlo durante toda su estadía! ¡Y claro, pero por supuesto, realmente cierto, que anoche Ellington tuvo sexo con alguien que no era Tobias!

Casi se deprimió. Se ganaba el afecto de muchos huéspedes a diario y sin buscarlo. Sin embargo, comenzaba a anhelar ganarse el afecto del huésped presidencial... Pero no esa clase de afecto, sino otra clase de afecto. Una clase de afecto poco recomendable viniendo de parte de quien lo deseaba.

Estaba lamentándose a sí mismo, con sus manos aferradas a su propia playera vieja, la que usaba como pijama desde hace años, cuando escuchó dos golpes en su puerta. Reconoció la manera en la que había sido golpeada. Tenía que ser Wendy, ella siempre golpeaba su puerta de esa manera.

El Hotel AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora