Capítulo 37

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La decisión de Ellington estaba clara: acabaría de una vez por todas con los problemas en los que lo habían metido durante años, comenzando por la persona que más le jodía la existencia y que por cierto él ni siquiera había dado pie a eso, sino el equipo mediocre detrás de él, que lo manipulaba como si él fuera un maldito títere. ¡¿Acaso no comprendían que él odiaba con todas sus fuerzas ser manipulado y estar debajo de alguien más?! Simplemente era su naturaleza de nacimiento.

Bien, era el presidente de Irlanda y, para su ego y preeminencia, era bueno y satisfactorio poder mandar sobre otros y demostrarles a cuantas personas pudiera que él era el jefe de su nación y de prácticamente cualquier lugar que las plantas de sus píes pisaban. ¡Porque él mandaba!

Admitía que tal vez, solo tal vez, Tobias tenía razón sobre que estaba algo enfermo de poder, pero en los últimos días había comenzado a bajar poco a poco de la nube en la que estaba flotando desde el momento en que firmó el documento que le otorgaba el derecho, el poder y el deber de gobernar sobre su querida Irlanda.

Y a pesar de que durante sus años gobernando había disfrutado el sentimiento de preeminencia, estaba harto de no poder manejar su vida privada como quisiera. De tantas cosas que había podido manejar a su antojo, la más importante era su vida propia y se le estaba quitando ese derecho. Se le fue arrebatado prácticamente desde que dijo "Sí" cuando le preguntaron si aceptaba su cargo como presidente de su nación.

Claramente era cierto que fuera del ojo público y del de las cámaras podía hacer lo que le placiera y tener las relaciones, más que sentimentales, sexuales, que quisiera y con quién quisiera. También podía ser él mismo cuando no tenía puesta su máscara de político, aunque tampoco era mucha la diferencia entre la manera en cómo se comportaba dentro de su privacidad y en cómo se comportaba fuera de ésta porque su personalidad enervante y predominante estaba presente la mayor parte del tiempo.

Había algo más añadido al hecho de que cada día era un poco más consumido cual cigarrillo por la pandrosa y mortificante Sara y su insistencia insana con que él se hiciera cargo de un niño que para nada deseaba como hijo. Un poco más de un año atrás, cuando se hospedó en un hotel de su propio país: el bendito Hotel Alec, conoció a un chico que a pesar de tener la mayoría de edad cumplida, le pareció desde el primer instante un maldito mocoso caprichoso al que todo el mundo adoraba por su estúpida cara de muñeca de porcelana y lo asombrosamente encantador y servicial que podía llegar a ser con los huéspedes. Sumado a eso también estaban sus tupidas pestañas alargadas, su cabello rizado de color chocolate, totalmente sedoso y que de vez en cuando le provocaba envidia debido a lo hermoso que era y a que él nunca lograría tener su propia cabellera así de suave y fortalecida... Aunque claramente era algo con lo que podía vivir sin problema.

Pero esos ojos de esmeralda... ¡Esos maravillosos ojos de piedra esmeralda que solían hablar por sí solos y que brillaban como diamante cuando las pupilas se dilataban a causa de cualquier cursilería de las que últimamente el maldito presidente era capaz de hacer solamente por el dueño de ellas!

En ese punto se preguntaba: ¿Cómo diablos había sido capaz de enfrascarse tanto en alguien? Porque la mayor parte de su vida la había pasado ignorando al resto de los seres a su alrededor y ninguno de esos seres le había quitado el hambre y el sueño, no que él lo recordara. Y luego, sin más, cierto hijo de puta de cabello rizado y ojos verdes llega a su vida y toma toda la maldita osadía de enamorarlo sin haber hecho más que existir, tratar con él, cumplir con su trabajo y cumplir con todos los caprichos que se le aparecían.

Se daba cuenta perfectamente de lo mal que solía tratarlo, pero es que no conocía otra manera más amable de hacerlo. Hacía su mayor esfuerzo intentando comprender las reacciones y el comportamiento de ese chico. Era por eso que hasta ese momento hubiera agradecido que él fuera más directo con lo que quería. Tal vez de esa forma se hubieran evitado que en más de una ocasión su propia furia se saliera de control y terminara metiendo la pata, como solía hacer mutuamente.

El Hotel AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora