Capítulo 4

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—Vamos al bar, necesito un trago —dijo a modo de mandato el de ojos azules mientras se ponía de pie.

Tobias se quedó petrificado, sus uñas se aferraban a la tela de su pantalón y evitaba a toda costa parpadear porque sabía que cuando lo hiciera las lágrimas habrían caído y demostraría vulnerabilidad.

Rogó internamente que alguno de los jefes le negaran al presidente la petición de confiscarlo y quedárselo para él solo el tiempo que estuviera hospedado en el hotel. Luego, al recordar la obsesión de Brendan Toole hacia el presidente, se dio cuenta de que era casi imposible que le negaran algo. En un momento quiso renunciar a su puesto pero luego se recordó a sí mismo que aquel maldito egocéntrico solamente estaría hospedado dos meses, y entonces lo dejaría libre y le permitiría volver a sus labores cotidianas.

Cuando se dió cuenta, se estaba mordiendo la lengua. Lo supo por el sabor metálico pasando por su garganta. Inhaló profundamente, creyendo que esa era la única manera de controlar su mar de emociones creciente.

¿En serio lo castigaría solamente por negarse a chuparle el pene? ¿O es que lo que realmente le molestó fue que le aclarara que no haría nada de lo que no estuviera escrito en su contrato? Claro, atenderlo no era el problema. El verdadero problema era que no solamente se trataba de atenderlo como a un huésped más, sino estar a su disposición y acatar sus órdenes, fueran las que fueran y durante las veinticuatro horas del día.

Estaba tan sumergido en sus pensamientos y tan concentrado en evitar decirle una grosería, que no escuchó a Nicholas llamándolo hasta que este le tocó el hombro. Entonces salió de su trance traumático y volvió a la realidad... Su agonizante realidad.

—Joven Winston, debe seguir al alcalde —su voz sonó a disculpa.

El dichoso presidente ya no estaba en el balcón, ya había entrado a la habitación y seguramente se estaba retocando porque Tobias logró escuchar los cajones del tocador abriéndose y cerrándose.

—Voy —murmuró esforzándose por evitar que sus cuerdas vocales se endurecieran más de lo que ya estaban. Se levantó de la silla y de inmediato sintió que se caería. Por suerte logró sostenerse de la mesa con una mano.

—Lo hiciste enojar, ¿cierto? —preguntó Nicholas con precaución, temiendo herirlo aún más—. Hiciste algo que no le gustó —asumió.

Una vez que había logrado controlar su propio equilibrio sin perderlo, miró al asistente, esperando de corazón poder demostrar todo el coraje y la cólera que comenzaba a sentir.

—Me negué a ser su juguete sexual y eso lo alteró. Así que sí, hice algo que no le gustó a Su Majestad.

—¡¿Qué demonios ocurre?! — gritó William desde la habitación.

—Nada —respondió Nicholas con voz elevada para ser escuchado. Extendió su mano al hombro ajeno y lo acarició, consolándolo mientras sus labios se formaban en una mueca. No dijo nada. Se limitó a alejar la mano y hacerle una seña con la cabeza para que lo siguiera al interior de la habitación.

Así que el rizado puso sus pies en marcha, engañandose a sí mismo con la idea de que sería como atender a un huésped más... Un huésped de esos molestos y prepotentes que rebajan a los empleados por su puesto laboral. De aquellos que se sienten reyes por tener un trabajo digno y con buena paga. De los que mandan en todos y sobre todos. Aquellos huéspedes que a él tanto le disgustaban... La diferencia era que ninguno de todos esos huéspedes con parecido a William Ellington lo habían amenazado, mucho menos aplicando amenazas en las cuales su madre iba incluida.

Nicholas fue el primero en entrar a la habitación, con las manos en su espalda y una posición recta, a la orden del presidente. Tobias entró detrás de él, con las piernas temblorosas, mirando el suelo sin sentirse capaz de levantar la cabeza y buscar a su nuevo jefe.

El Hotel AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora