Capítulo 13

1K 96 11
                                    

—Buenas tardes, Tobias.

Lucía severo, incluso molesto. Pero no parecía tener la intención de maltratarlo. El rizado permitió que entrara a su habitación y luego se asomó al pasillo, en busca de Nicholas o de alguno de sus guardaespaldas. No vio a nadie más.

—¿Vino solo, Señor?

Cerró la puerta y se giró para ver al castaño, que mantenía sus manos entrelazadas en su espalda y caminaba de un lado a otro mientras observaba cada detalle de la habitación.

—Despedí a esos bastardos que llamaba "guardaespaldas" —respondió en un tono sombrío—. Y mandé a Horak a atender unos asuntos laborales... Asuntos que no son de tu incumbencia, antes de que lo preguntes.

—No pensaba preguntar.

Agachó la cabeza, ocultando una sonrisa de orgullo propio. En los últimos días no había estado actuando de manera sumisa ni con temor. De hecho, su relación con el presidente se había convertido en una más íntima y de confianza. Sin embargo se sentía cohibido, quizá por la presencia de sus amigas en la habitación o tal vez por el hecho de saber que tenía que evitar que él las descubriera.

—¿Por qué demonios tienes las cortinas y el balcón cerrados? —preguntó mientras miraba con atención la cortina que cubría la ventana del balcón—. Hará calor, aún hay luz afuera y apagando la luz de la habitación ahorrarás energía... Ya sabes, cuidemos el medio ambiente y esa mierda que aunque no parezca, sí me importa.

Caminó en dirección al balcón para abrirlo él mismo. Pero el dueño de la habitación se apresuró a correr detrás de él y jalar el hombro de su traje. Esto claramente lo irritó y de inmediato se dio la vuelta, con la ira escapándose por sus ojos para evitar escapar de otra manera.

—¿Qué mierda te sucede, Winston? —Se quitó la mano ajena de encima y se quedó parado frente a él—. ¿Estás drogado o borracho? —preguntó a secas. Luego se rió—. ¿Tienes escondido a tu puto novio?

Al escuchar la última pregunta negó rápidamente y lo hizo con tanta fuerza que le dolió la cabeza.

—No. No es eso...

—¿Entonces a qué demonios se debe tu actuación?—interrumpió.

Para entonces ya estaba ideando una excusa.

—Y-yo... Yo... Tengo...

—¡¿Qué tienes?! —le gritó—. ¿Descubriste que eres tartamudo? —lo barrió con la mirada, de píes a cabeza—. ¿Finalmente descubriste que eres idiota? —cerró la boca abruptamente cuando el recuerdo de ser empático apareció.

—¡No! Yo... —tragó saliva— Tengo jaqueca. Por eso tengo la cortina cerrada —mintió con la garganta seca—. Y por eso tardé en abrir la puerta —susurró lo último. Sentía que esa no era su voz.

Ellington lo miró con ojos entrecerrados. Levantó su cabeza, dejando ver su mentón, y continuó inspeccionándolo.

El rizado comenzó a sudar, nervioso. Cerró los ojos un instante, cuando ya no fue capaz de soportar la penetrante mirada ajena sobre él. Pero los volvió a abrir cuando se dió cuenta de que intentando ocultarse tras sus propios párpados solamente se delataba más. Pestañeó.

—No te creo, Winston. Sabes que es difícil ocultarme algo a mí.

Se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y soltó un suspiro, decidiendo relajarse y fingir que nada ocurría.

—¿A qué se debe su visita, Señor?

William caminó hasta el tocador y recargó su espalda baja en él, cruzándose de brazos y observando de nueva cuenta a su empleado.

El Hotel AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora