Capítulo 32

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—¿Qué diablos quiere? —preguntó un irritado Tobias en cuanto entró a la habitación de hotel de William.

El mayor cerró la puerta una vez que entró detrás de él y se quedó parado en el pequeño recibidor de la habitación, sin gesto o reacción alguna en su rostro. Muy neutro, tomando en cuenta lo que acontecía.

—¿Qué diablos quiere quién? —preguntó en un tono serio mientras se quitaba de encima el ridículo suéter que había decidido llevar a la casa de los Winston con el afán de verse formal.

—Ella. —Se cruzó de brazos y se quedó parado frente a él, decidido a demostrarle que él también podía llegar a enfurecerse si se lo proponía. Y que, de hecho, tenía derecho.

—¿Cómo estás tan seguro de que se trataba de ella? —bufó y comenzó a caminar a una de las esquinas de la habitación, donde había dejado su maleta.

—¿De qué más podría tratarse? —comenzó a seguirlo, sin dejar de cruzar los brazos—. Tiende a acosarte siempre que se lo propone.

—Te recuerdo que soy un presidente y que constantemente estoy ocupado, Winston —respondió casi con aburrimiento mientras abría su maleta y sacaba de ella una chamarra que Tobias nunca había visto en él pero que lucía muy casual para su estilo—. No colmes mi paciencia.

—Sí, eres un presidente. Pero justo ahora no tienes mucho qué hacer porque, si no mal recuerdo, estás escabulléndote para no ser visto por nadie ya que todo el mundo cree que justo ahora estás encerrado en alguna prisión de Irlanda siendo investigado. —Se sentó en una de las orillas de la cama, sin quitarle la mirada de encima—. Y por lo que veo, seguirás camuflándote entre las personas —señaló la prenda que acababa de sacar.

—Ajá.

Y comenzó a ignorarlo, caminando de un lado a otro en la habitación y haciendo esto y aquello; cosas tan banales y apenas perceptibles que Tobias estaba casi seguro de que las hacía solo para no tener que detenerse a prestarle atención, discutir con él y responder preguntas. El más joven subió sus piernas a la cama y las cruzó sin dejar de mirarlo, en espera de recibir alguna otra reclamación para tener un motivo para continuar discutiendo.

Casi diez minutos más tarde, en los cuales Ellington se entretuvo yendo al baño, saliendo, cepillándose el cabello y cambiando sus zapatos de vestir por otro par que aunque también era de vestir, se veía más desgastado y menos profesional, él continuaba haciendo como si estuviera solo en la habitación y no fue capaz de dejar su papel para echarle aunque sea un vistazo a su novio. Hasta que finalmente decidió tomar de la cama la chamarra y caminar a la puerta.

—Nos vemos más tarde.

—¡Oye! —Tobias se puso de pie y corrió hasta él, tomándolo por el brazo y obligándolo a detenerse—, Necesito que seas claro y que me digas qué está ocurriendo, William... Así que hazlo.

—Ocurre que estoy a punto de meterte una bofetada, así que más vale que me dejes en paz y te sientes en la cama —la señaló con el dedo índice— a esperar a que vuelva, en vista de que decidiste venir hasta aquí conmigo cuando en realidad no te necesito en este momento.

Tobias lo soltó y se quedó parado frente a él, dejando escapar un aliento cansado de sus labios. Inclinó levemente la cabeza y lo miró desde ahí, sintiendo que su mundo se comenzaba a romper nuevamente. Fue como retroceder, correr de espaldas por todo un túnel hasta encontrarse con el pasado que todavía lo acongojaba.

—William —susurró—. Soy tu novio ahora. —Se rascó el codo como pretexto para acomodar sus brazos de esa manera, en forma de barrera que no servía de mucho pero que lo hacía sentir más seguro—. Sé que tú no sabes nada de relaciones estables o románticas, pero se supone que yo estoy aquí para ti y tú lo estás para mí porque ahora somos dos en una misma situación...

El Hotel AlecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora