En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar.
Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente.
Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros, y quizás, las armaduras también podían andar.
Los fantasmas tampoco ayudaban.
Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir. Nick Casi Decapitado siempre se sentía contento de señalar el camino indicado a los nuevos Gryffindors, pero Peeves el poltergeist se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase.
También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba:
¡TENGO TU NARIZ!
Hermione sabía todo eso. Lo había vivido.
Sin embargo, eso no impidió que se hubiese perdido esta vez mientras subía una de las escaleras mientras llegaba tarde a clases.
Era extraño, que ella, Hermione Granger, llegase tarde a una clase, sin embargo, considerando la noche que tuvo era algo completamente normal.
Las pesadillas de la Guerra, las muertes e incluso su tortura, todo ello fue algo que la atormentó e impidió que pudiese dormir cómodamente. No era una mentira decir que, si bien había dormido, no lo había hecho más de dos o tres horas.
Hermione ahora podía comprender casi por completo a Harry cuando este se quejaba de las pesadillas constantes.
Por otra parte, las clases que Hermione pensó que serían divertidas, no lo eran en lo absoluto. Ahora que ella ya tenía todo ese conocimiento en su mente, todo era aburrido. Incluso las clases con la profesora McGonagall eran aburridas.
Hermione trató de prestar atención, pero nada sirvió. Fácilmente se distrajo en sus pensamientos o mirando a Harry y a Ron, o ayudando a Neville.
Por supuesto, los profesores parecían no notarlo, puesto que era la primera clase con ellos, así probablemente estaban asumiendo que ella era niña desinteresada. Lo que, tal vez, puede que sea así.
Hermione tenía cosas más importantes en las que enfocarse, que en simples clases que ya había tomado antes de regresar en el tiempo. Cosas como una guerra futura, la muerte de sus amigos... Evitar que Voldemort matase a Harry.
Ella ya no era la misma niña que era antes de la guerra, incluso sus prioridades habían cambiado y su comportamiento ciertamente lo había hecho.
Ahora, en esos momentos, su prioridad era deshacerse de Quirrel—quien tenía a Voldemort con él—, en silencio.
Tenía que averiguar como matarlo sin que nadie lo notara o sospechara de ella. Luego, debía buscar el diario de Tom Riddle y conseguir cada uno de los horrocrux.
Por supuesto, sería difícil hacerlo sola, pero no por ello sería imposible. Algo se le ocurriría, todavía tenía tiempo.
Comiendo silenciosamente un sándwich de pavo con verduras de desayuno, y sentada en medio de los gemelos Weasley, quienes parecían no querer dejarla sola cuando estaban en el Gran Comedor, Hermione se debatía la mejor manera para actuar en silencio sin que los demás notaran sus planes o ausencia.
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La esmeralda de la bruja |Hermione Granger
FantasyHermione Granger falleció en la guerra. Lo último que sus ojos vieron fueron los brillantes ojos esmeralda de Harry sin vida y lo último que sintio fue la agonía por la muerte de Ron. Y por más que ella luchó para protegerlos, fue asesinada también...