Capítulo 37: Los días extraños...

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Hermione soltó una risita mientras se sentaba en medio de Harry y Ron, escuchando como estos discutían entre ellos sobre la mejor jugada de Quidditch. Estaban sentados en la parte trasera del salón, ocultos lo más posible del ojo de Lockhart. Los demás niños entraban siendo tan ruidosos como siempre al entrar, pero a ninguno le importó. Hermione, de hecho, agradeció el ruido. Le dejaba olvidar sus pensamientos.

—Aunque no lo entiendo, —dijo Hermione, llamando la atención de los niños. —¿Por qué la manera en que se mueve tu cabello mientras vuelas en una escoba es tan importante para jugar?

—Porque así todas las chicas bonitas se interesarán en ti. —Ron le dijo, con obviedad.

Hermione arqueó una ceja. —¿Pensé que aun no les interesaban esas cosas?

Harry se encogió de hombros. —No me importan.

La niña miró a Ron, quien le dio una sonrisa inocente tratando de ocultar el brillo travieso en sus ojos.

Hermione suspiró, negando. Abrió su boca para decir algo, pero el sonido de Lockhart aclarándose la garganta de forma sonora, la interrumpió. Ella suspiró con cansancio, abriendo un libro que le había pedido prestado a Russell.

—Yo, —Lockhart comenzó a hablar. —Soy Gilderoy Lockhart, Caballero de la Orden de Merlín, de tercera clase, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras, y ganador en cinco ocasiones del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista Corazón de bruja, pero no quiero hablar de eso. ¡No fue con mi sonrisa con lo que me libré de la banshee que presagiaba la muerte!

Esperó que se rieran todos, pero sólo hubo alguna sonrisa.

Hermione enterró la cabeza en su libro, sintiéndose avergonzada por haber estado impresionada por él hombre en su vida pasada.

—Veo que todos habéis comprado mis obras completas; bien hecho. He pensado que podíamos comenzar hoy con un pequeño cuestionario. No os preocupéis, sólo es para comprobar si los habéis leído bien, cuánto habéis asimilado...—Cuando terminó de repartir los folios con el cuestionario, volvió a la cabecera de la clase y dijo: —Disponen de treinta minutos. Podéis comenzar... ¡ya!

Hermione miró el cuestionario con una mueca.

Ron se inclinó hacía ella y Harry. —Un paquete de plumas de azúcar a que no pueden escribir tantas tonterías como yo en esta cosa.

Harry sonrió traviesamente. —Acepto.

Un brillo competitivo brilló en los de Hermione. —Trato, —le susurró Hermione. —y además de las plumas de azúcar, el que gane puede ordenarle hacer cualquier cosa a los perdedores durante una semana completa.

Los niños comenzaron a escribir rápidamente, respondiendo el cuestionario. De vez en cuando, la cabeza de alguno de los tres se alzaba para mirar el examen de los otros dos antes de apresurarse a seguir escribiendo. Y media hora después, Lockhart recogió los folios y los hojeó delante de la clase. Su expresión brillo confundida al leer uno de ellos, luciendo sorprendido y luego confundido. Él se demoró un poco de tiempo leyéndolo, antes de levantar la mirada en dirección a los niños, deteniéndose su mirada en Ron por unos segundos antes de sacudir la cabeza.

—Apuesto a que su cabeza gigante está confundida por las respuestas. —Ron les susurró a Hermione y Harry, quienes soltaron una risita por lo bajo.

—Oh, que terrible. —Harry se burló, dramatizando. —Que gran ofensa, ¿cómo alguien puede no saber que tipo de peineta usa por las mañanas?

Hermione se cubrió la boca con ambas manos, para ocultar sus risas.

La esmeralda de la bruja |Hermione GrangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora