El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales. Ellos eran las últimas personas de las que se esperaría encontrar cosas relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías. De hecho, no les gustaban dichas tonterías.
El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros. Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. En opinión de Hermione, él hombre era un poco como una gran ballena.
La señora Dursley, por otro lado, era un ama de casa. Era un mujer delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy util al ser una gran chismosa. Ella no se parecía en nada a Harry, a pesar de que compartían un poco de la misma sangre.
Los Dursley tenían un hijo llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él. Era gordo, rubio y, en general, un cerdo en la opinión de Hermione.
Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: su sobrino, Harry Potter, era un mago. Uno al que no querían en lo más mínimo.
Era un secreto que deseaban preservar con todas sus fuerzas y, afortunadamente, Hermione Granger estaba dispuesta a ayudarlos con ese secreto siempre y cuando se cumplieran algunas condiciones.
A las diez y media de la mañana, de un día sábado, la puerta fue tocada.
Petunia Dursley se movió con nerviosismo, caminando rápidamente hasta la puerta para atender a sus visitantes. La habían llamado el lunes para avisar de su visita, esa semana Petunia se preparó y preparó a su familia lo más que pudo.
—¡Apresurate y baja, Harry! —ella chilló a su sobrino con disgusto. Sus ojos, contrario a su tono de voz, brillaban con una pizca de tristeza.
Ella abrió la puerta. Sus ojos brillaron con curiosidad mientras miraba a las personas allí, analizándolas.
Una mujer, que parecía ser un poco alta y que era delgada, estaba allí. Su cabellera castaña estaba atada en un moño elegante y traía puesto un vestido que solo podía pertenecer a alguien que poseía mucho dinero. La mujer traía zapatos de tacón de color negro, que combinaba perfectamente con su vestido color granate y su abrigo que era del mismo color que sus zapatos.
Ella tenía una sonrisa suave en la cara, sus ojos eran de un dulce color marrón intenso y su piel era de un delicioso color crema. Su rostro era pequeño y bonito, dándole un aspecto benevolente.
Era la doctora Helen Granger, una dentista de buena reputación y de una buena familia. Desgraciadamente, tenía una hija clasificada como un bicho raro ante los ojos de Petunia. Pero eso tal vez no impediría una amistad, ¿o si?
Petunia decidió no pensar en eso y miró al hombre junto a Helen. Él no era el esposo de la Sr. Granger. Pero Petunía lo conocía, lo había visto en muchas revistas donde solo la gente más famosa o adinerada aparecía.
Ese era Russell Shafiq.
Alto y atractivo, vestido completamente de negro, con un traje hecho a la medida y destilando un aura repleto de poder. Él hombre era tan guapo como aterrador y Petunia no sabía que sentir mientras lo miraba. Sus mejillas se sonrojaron ligeramente cuando él le sonrió de una manera encantadora.
Un suave resoplido se escuchó y la mujer bajó la mirada, notando a una niña. Cabello castaño rizado, ojos marrones y usando un vestido de verano color amarillo con pequeñas flores blancas bordados por todas partes. Era pequeña y bonita, y si no fuese un bicho raro, a Petunia le gustaría para Dudley. Junto a la niña, estaba un enorme perro negro que se le hizo familiar a Petunia, solo que no recordaba de donde.
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La esmeralda de la bruja |Hermione Granger
FantasyHermione Granger falleció en la guerra. Lo último que sus ojos vieron fueron los brillantes ojos esmeralda de Harry sin vida y lo último que sintio fue la agonía por la muerte de Ron. Y por más que ella luchó para protegerlos, fue asesinada también...