Capitulo 28: Lo que fue un secreto.

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La playa era cálida, pensó Hermione mientras enterraba los pies en la arena. Su cabello castaño enmarañado estaba atada en una coleta desordenada y tenía puesto un simple vestido amarillo con lunares por todas partes —bajo el vestido tenía puesto su bañador de cuerpo completo que era (por elección de Reggie) de color verde Slytherin—, a su lado y haciendo un castillo de arena estaba Harry vistiendo unos simples short rojos, una camisa—que alguna vez perteneció a Dudley— abierta.

Harry tenía puestas unas gafas de sol de marco rojo con cristales negros que la Sra. Granger le compró (y que Russel encantó para que pudiera ver correctamente). Hermione, por otra parte, también tenía puestas gafas de sol, pero las suyas tenían forma de corazón y eran rosadas. Ella se permitió disfrutar de la extravagancia infantil ahora que tenía doce años.

Snuffles que estaba haciendo agujeros en la arena para ayudar a Harry, también tenía gafas de sol puestas apesar de que era un perro. Le habían lanzado un hechizo para de fijación y ahora Snuffles se sentía el perro más genial de todos.

La sra. Granger suspiró mirándolos jugar. Los niños simplemente habían insistido en comprarle gafas de sol al perro y ella no pudo negarse. Al final, la mujer terminó comprando gafas de sol para todos (incluso para los Weasley, a pedido de Hermione). Ella no podía negarse, no cuando era la primera vez que veía a su hija tan contenta junto a otros niños. Su dulce niña especial por fin tenía amigos y la mujer, como la madre que era, no iba a negarle nada a su pequeña si con eso la mantenía feliz y llena de esa ilusión que le sentaba tan bien.

La mujer soltó un suspiró mientras observaba desde la cabaña a los niños y a Russell, quien estaba cuidándolos.

—Necesito... —ella dijo, pensativa.

—¿A mí? —la voz de un hombre resonó a sus espaldas. La sonrisa podía oírse en su voz.

Helen rodó los ojos. —No, preparar refrigerios. Necesito preparar refrigerios.

—¿Todavía estas enojada conmigo, flamita?

—No me llames "Flamita", mi nombre es Helen. —ella espetó, girándose para mirar al hombre. Sus ojos brillando irritados. —Helen.

Los ojos grises del hombre brillaron divertidos, mientras se peinaba los rizos oscuros y húmedos—por causa de su reciente ducha—  con la mano. 

—Pero te gustaba ese apodo. —replicó con un puchero.

Él hombre era alto, con los hombros anchos y una contextura delgada pero en forma. Su figura era elegante y bien formada, él destilaba poder, arrogancia y dignidad aristocrática sin siquiera hacer un movimiento. Y también era atractivo. La pubertad y todos esos años lejos lo habían cambiado para bien. 

En realidad, Helen pensó, él siempre fue atractivo. Pómulos afilados y una nariz perfecta, ojos grises que casi eran azules bajo la luz de sol, siempre llamativos y profundos, penetrantes en su forma distintiva de mirarte: como si deseara matarte, pero que, sin embargo, lucían suaves mientras la miraba a ella o a Hermione. Y su personalidad arrogante, sarcástica, ocasionalmente encantadora si estaba en una reunión social, fría si no le caías bien, pero también amable cuando se trataba de personas a las que quería lo hacían mejor. Incluso su inteligencia y su amor por los libros lo hacía, maldita sea, más atractivo para cualquier mujer con dos ojos de frente.

—Nunca me gustó ese apodo, Regulus.

Él fue, alguna vez, su mejor amigo. Pero para Helen ahora no era más que una persona a la que conoció hace tiempo y de la que ahora no sabía nada.

Su Regulus desapareció a los dieciocho años. Este Regulus, este hombre frente a ella ahora, tenía treinta años y no era ni siquiera la mitad de lo que ella recordaba del chico que fue su mejor amigo.

La esmeralda de la bruja |Hermione GrangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora