Capitulo 33: Rabietas y un perro que es un humano.

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Habían pasado unos días desde que su madre le había contado aquel secreto y Hermione no sabía que sentir al respecto.

Las emociones en su interior eran complicadas. Tanto que, por primera vez,  ni siquiera podía leer o pensar.

Un suspiró escapó de sus labios, mientras miraba al techo de la habitación.

Su pequeño cuerpo de doce años recostado sobre la cama, con los brazos y piernas extendidos como una estrella de mar. Al mismo tiempo, su cabello castaño enmarañado estaba suelto y desparramado por toda la almohada. Y ella todavía tenía el camisón blanco con dibujos de flores rosadas, que solía usar como pijama, puesto.

Eran las diez y media de la mañana y todavía estaba acostada. Fue una cosa poco común en ella, pero compresible si sabías lo que ella sabía o si habías pasado por lo mismo que ella.

Reggie la miraba desde su lugar en la ventana—que, por lo demás, estaba abierta —, actuando extrañamente silencioso y tranquilo ese día.

—Creo que... —Hermione exhaló. —no quiero conocer a Regulus Black.

Hubo un silencio. El ave la miraba atentamente, pareciendo pendiente de cada palabra.

—Por su culpa mis padres están discutiendo ahora.

El ceño de Hermione se frunció, pensamientos complicados pasando por su mente. Ella estaba tratando de ver las cosas de una manera racional, como una adulta de diecinueve años, pero era difícil. Su capacidad emocional de una niña de doce años se mezclaba con su razonamiento de forma que le resultaba todo complicado y abrumador. Su lado emocional de una niña de doce años estaba venciendo a su lado racional de una persona de diecinueve años. 

—Creo que no me gusta. —ella expresó infantilmente, con molestia.

Así que... Ella estaba sola. ¿Qué más daba si actuaba como una mocosa malcriada de doce años? ¡Nadie estaba allí para juzgarla! Nadie le diría nada si ella solo se quejaba y se quejaba de una forma estúpidamente infantil, malcriada y petulante. Estaba sola con su cuervo y el ave era solo un ave. Incluso si era mágica.

—¡No me gusta! ¡No me gusta! ¡No me gusta! —ella se quejó, sus mejillas sonrojándose furiosamente. Su ceño frunciéndose con molestia. —¡Estúpido Regulus Black por atreverse a volver! ¡Tonta mi mamá por haberse enamorado de él! ¡Tonto mi papá por no decir nada! ¡Estúpidos todos! ¡Todos son tontos!

Ella pataleo y agitó los brazos contra la cama, enrabietada. El cuervo solo la miró, sin atreverse a hacer nada por el repentino arrebato. 

—¡No me gusta! ¡No me gusta nada! —ella gritó. —¡Y si mis padres se terminan divorciando, los voy a odiar a todos y me iré... Me escapare de casa! ¡Me iré muy, muy, lejos y nadie me va a encontrar nunca! ¡¿Y qué si me necesitan luego?! ¡No me importa! ¡Ya estoy cansada, maldita sea! ¡Me voy a ir y entonces descansare tranquila para siempre! ¡Nadie va a molestarme! ¡Ni siquiera el maldito Voldemort, egocéntrico calvo y delirante bastardo sin una nariz!

Ella dejó escapar un grito ahogado, pequeñas lágrimas impotentes habían escapado de sus ojos y ella respiró agitada. Su rabieta duró minutos. Ella solo se quejó, maldijo y lloró galamatías llenas de enojo sobre como iba escapar y esconderse para siempre, y como no le importaba lo que pasara con los demás. Finalmente, cuando se cansó y se sintió mejor, ella respiró tratando de calmarse.

Esta fue la primera rabieta real que tuvo desde los ocho años antes de retroceder en el tiempo. Fue liberador. Se sintió bien.

¡Croak!

El cuervo grazno, tratando se consolarla después de la rabieta y voló hacía ella, frotándose su pico cariñosamente contra la mejilla de la niña, para posteriormente tirar suavemente de un mechón de su cabello.

La esmeralda de la bruja |Hermione GrangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora