Capítulo 3 Sin Ley Ni Justicia

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El gran día había llegado. Hoy sería el juicio. Hoy, al fin, llevarían a juicio al desgraciado que llevaban investigando desde hacía meses: Leonard, un empresario que años atrás había construido aulas para dar cursos a los niños de escasos recursos, aulas que solo sirvieron como fachada para destruir la vida de muchos inocentes.

—Mi cliente —dijo un hombre de unos treinta y cinco años, de cabello negro y ojos cafés. Su estatura no pasaba del metro setenta. Era el abogado de Leonard, el acusado en cuestión— no ha hecho más que ayudar a esta comunidad. ¿Y qué ha recibido a cambio? —preguntó, dirigiéndose al jurado—. Ingratitud, falsas acusaciones de gente que busca tener dinero a costa de niños a los que han obligado a mentir.

—Objeción —protestó la parte acusadora, Darrent, un abogado de unos cincuenta años, de cabello castaño y ojos grises—. Está afirmando hechos que no puede comprobar.

—A lugar —respondió el juez, continuando con el litigio—.

—¿Crees que se salve de esta, Elon? —cuestionó Hans en voz baja mientras observaban el juicio desde una de las bancas—.

—Es imposible que lo haga. Hay muchas pruebas. El fiscal tiene los exámenes médicos y los videos.

Uno a uno, los testigos iban pasando a dar su testimonio, pero todo se fue al traste cuando llegó el turno del fiscal y del médico legista al momento de pasar al estrado.

—¿Podría decirle a los señores del jurado qué encontró cuando examinó a los niños? —continuó con el interrogatorio Jace, el abogado de Leonard—.

—Los niños no presentan muestras de abuso físico ni sexual —mintió—.

—Eso es totalmente falso —protestó enérgico Darrent, el abogado que representaba a la familia de los niños—. Usted sabe muy bien que esos niños fueron abusados.

—No interrumpa —exigió Jace—.

—Y una mierda, hay vídeo de todo.

—Basta, orden en la sala —intervino el juez—. Mantenga la compostura, señor Darrent, o lo sacaré de esta sala —advirtió, haciendo que Darrent volviera a su lugar mientras, irritado, escuchaba las mentiras que se decían. Aunque todo empeoró cuando el fiscal presentó las pruebas que tenía en su poder—.

Varios vídeos se mostraron en la sala, vídeos donde Leonard compartía con los niños y aparentaba ser un buen samaritano. El fiscal se había vendido. Un furioso Elon se levantó, decidido a dejar de ser espectador, y encaró al fiscal.

—Es un maldito miserable —lo acusó—. ¿Qué hizo con todas las pruebas?

—No sé de qué pruebas habla —mintió, haciendo que Elon perdiera los estribos—.

—¡Infeliz! —lo derribó de un golpe—. La vida de esos niños está destruida —le gritó, lleno de rabia, mientras los oficiales lo contenían—. Nada les devolverá lo que han perdido, y usted ni siquiera pudo darles justicia. Es basura: usted, ese maldito abogado y, en especial, el maldito bastardo que está sentado ahí —se dirigió a Leonard—. Personas como ustedes deberían estar muertas —logró decir antes de que lo sacaran de la corte—.

—Joder, todo el lío que has armado. Ese golpe que le has dado al fiscal te costará un buen castigo.

—Y una mierda, Hans. Trabajé mucho por este caso. Fueron meses los que me tomó reunir todas las pruebas para que ese maldito se vendiera de esa manera.

—Te entiendo, pero ya nada podemos hacer. Ahora es mejor irnos. Tenemos una emergencia en la carretera este: choque múltiple.

El juicio continuó sin que nada se pudiera hacer, y al final del día, Leonard se salió con la suya y quedó libre de cargos, burlándose así de todas sus víctimas.

—No vuelvas a meterte en problemas, Leonard. Y si lo haces, por lo menos invítame —bromeó Jace—.

—Tenlo por seguro que así será —se despidió mientras subía a su auto. Hoy celebraría su gran victoria—.

Condujo por una de las carreteras desoladas con la música a todo volumen mientras fumaba un cigarrillo. Buscaba salir de la ciudad e ir a un bar, pero algo logró llamar su atención. Por el filo de la carretera, una hermosa rubia caminaba sola mientras buscaba darse algo de calor, aunque la minifalda y la blusa amarrada a la altura de sus pechos parecían para nada ayudar.

—¿Necesitas un aventón? Si quieres, puedo llevarte —se ofreció, acercándose con el auto hasta la joven—.

—Se lo agradezco, pero aún estoy algo lejos de mi casa y no quisiera incomodarlo.

—Hace mucho frío y podría ser peligroso que una mujer tan bonita como tú esté sola a estas horas. Sube —insistió—.

—Gracias, es usted muy amable —sonrió, aceptando la invitación—.

Le dio indicaciones de por dónde debía ir, pero al final, el sueño terminó por dominarla y se quedó dormida. Sintió que el auto se detenía y se parqueaba en un lugar de la carretera que estaba muy oscuro.

—¿Dónde estamos? Este no es el lugar que le indiqué.

—Solo hemos hecho una parada —contestó Leonard, acariciando su muslo—. Si te portas bien, no solo te llevaré a casa, sino que también te daré dinero. ¿Entendido? —No hubo palabras en su boca para dar una respuesta, pero el movimiento afirmativo de su cabeza le hizo entender que estaba de acuerdo—. Eso es, buena chica —sonrió, acercándose a ella y pasando la lengua por su cuello—. Son preciosos —dijo, apretándole los pechos—.

—Me gusta arriba —comentó la joven, subiéndose a su regazo y besándole los labios—.

—Será como tú quieras, entonces —continuó tocándola—.

—Baja el asiento —pidió—. El volante me lastima la espalda.

—Arreglaremos eso —respondió, cediendo a sus peticiones, observando embobado cómo la joven desabrochaba su blusa—. Por cierto, no te pregunté tu nombre. ¿Cómo te llamas, preciosa?

—Cristine —le guiñó un ojo, llevándose las manos a la espalda para hacerle creer que se sacaría el brasier—. ¡Maldito! —le escupió, cortándole la garganta en un rápido movimiento—. Abusaste de mi hermana —lo acusó, volviendo a clavarle el puñal—. De una niña, cerdo asqueroso —gritó, descontrolada, mientras seguía apuñalándolo—.

Pasó unos minutos desfogando su ira con el cuerpo inerte del depredador. Estaba furiosa, y nada parecía detenerla. Fue Adam el encargado de sacarla del auto y calmarla.

—Ha sido suficiente, Cris —la abrazó—. Ya está muerto.

—Llenen de gasolina todo el auto y quémelo. Que no quede rastro de que estuvimos aquí —ordenó el jefe al resto de encapuchados que habían estado siguiendo a Cristine en caso de que necesitara ayuda—.

Y así fue. Todo se hizo en segundos, y abandonaron el lugar antes de que llegara la policía. El primero había caído. Faltaban los otros dos.

ALEXIAN "Lo Bizarro Del Amor"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora