Nora es una dedicada maestra de ciencias que siempre trata de verle el lado positivo a las cosas, a pesar de las muchas dificultades que hay en su vida y su trabajo. Cierto día, se encuentra a una perrita de la calle y decide llevarla al consultori...
¡Hola! Les doy la bienvenida a esta nueva aventura que empezamos el día de hoy. Es una historia en la que he estado trabajando y tiene un tono algo distinto a lo que suelo escribir; mas dramática, menos pervertida y con personajes de edad adulta. Es apta para todo público así que las escenas +18 (Que son muy contadas y nada forzadas) estarán cuidadas de manera estética.
Además ¡y hay una perrita beagle!
En fin, espero que la apoyen, me dejen sus comentarios, votos y si quieren saludarme, adelante que no muerdo y siempre trato de contestarles.
Saludos!
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Capítulo 1
Traerlo en autobús había sido un reto. Dejando de lado la mirada inquisitiva del chófer y las expresiones hoscas de los pasajeros por el olor a perro mojado, lo que más le había dolido a Nora, era que alguien tuviera la crueldad de abandonar a un indefenso beagle bajo la lluvia de aquella tarde de agosto.
El aguacero había comenzado al mediodía, y tras un par de esporádicas lloviznas alternadas con diluvios, el clima no parecía tener intenciones de mejorar. Las charcas se habían formado en las zonas hundidas de la calle, como si fueran lagos tapando los numerosos baches de la avenida.
—Bajo aquí —avisó Nora. Se puso de pie con cuidado de no resbalar y se acercó a la puerta del autobús. El chófer se detuvo junto a la banqueta, sobre un charco de agua sucia.
Nora le lanzó al conductor una mirada de odio y este se limitó a mover la cabeza, preguntándole si había algún problema. La mujer quiso decirle que sí que lo había, pero decidió callarse. Era la última vez que tomaría esa ruta. Al menos hasta que se comprara un coche propio. Un día de estos, quizá, cuando los cerdos vuelen.
Salto del camión. Sus tenis se mancharon de lodo y la capilaridad hizo que el agua sucia empezara a subir por sus pantalones. El beagle, más o menos seco dentro de su caja, emitió un quejido de hambre. Nora se apresuró a salir del lodo y caminó dos cuadras hacia la derecha, con el viento y la fina llovizna soplando en su contra. El viento zarandeaba los árboles, lanzando hojas secas y sucias sobre ella. Un viejo periódico se le estrelló en la cara y ella se lo quitó con una mueca de asco. Su cabello era una catástrofe, pero ¿qué más importaba? De todos modos no estaba siendo un buen día. Algo de agua no significaba el fin del mundo.
—Ya, calma. Ya vamos a llegar.
Se detuvo delante del consultorio veterinario y entró después de secar sus pies en la alfombra. El aire acondicionado estaba encendido, así que tanto ella como el beagle empezaron a temblar. Su desalineado aspecto contrastó con la limpieza de la recepción, como si alguien se hubiese olvidado de barrer una mancha de polvo.
—¿Hola? —Se acercó a la recepcionista de la clínica. Una muchacha joven con el pelo muy oscuro y lentes—. ¿Está la doctora? Traigo a un perrito que tiraron a la calle.