Parte 7

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Capítulo 7

—¿Es broma, verdad? —Preguntó Audrey, incapaz de seguir leyendo. Había perdido la concentración.

—¿Qué cosa?

Nora estaba en el patio trasero y durante los últimos diez minutos había estado jugando con Bonnie. Parecía una niña tirándose al piso y haciéndole toda clase de cariños a la perrita.

Audrey no había dejado de mirarla. En su patio había una banca de madera donde ella solía sentarse a leer por las tardes cuando no tenía pacientes. Era un sitio de descanso donde podía relajarse y disfrutar de su tiempo a solas.

Esta vez, por desgracia, no podía leer porque las risas de Nora eran música para sus oídos. Tuvo que admitir que le gustaba esa fortaleza suya. Su papá apenas iba a salir del hospital y ella se divertía, intentando olvidar los problemas en su casa.

—Eso de que querías ser veterinaria como yo.

—No era broma —contestó la mujer. Dejó a Bonnie jugando con una pelota y se sentó al lado de la doctora Burton—. De verdad quería estudiar veterinaria, pero era una carrera costosa. Docencia fue más accesible.

—¿Y te gusta dar clases? Digo, entiendo que todos los días estás estresada y...

—Es cansado, sí; pero me siento bien haciéndolo. No tengo jefes que me supervisen a cada minuto. Tampoco comparto oficina con gente tóxica, a excepción de las juntas. Llegó, doy mi clase y me marcho. Yo soy la que tiene el control. Una vez que me siento detrás del escritorio, yo soy la que manda. Si un día estoy muy cansada, simplemente les digo a mis alumnos que hagan silencio.

—¿Y ellos obedecen?

—Sí, porque les doy la hora libre para que adelanten tareas de otras asignaturas. También les dejo comer si tienen hambre y les doy permiso de que salgan del salón a contestar si tienen alguna llamada de sus papás. Todo eso va contra el reglamento, pero... es una cosa por otra. Para ser maestra tienes que aprender a negociar. Si pones tus límites desde el primer día, y los cumples, los alumnos saben qué esperar de ti. Logras un acuerdo con ellos, y los que se oponen se enfrentan a sus propios compañeros. A veces estoy dando clase y si alguien no para de hablar, los mismos alumnos le dicen que cierre la boca.

—¡Wow! —sonrió Audrey, girándose hacia ella con bastante interés. De repente quería saber muchas cosas sobre lo que Nora hacía para vivir—. ¿Y qué más? digo... ¿hay algún maestro por ahí que te llame la atención?

La pregunta cargada de coqueteo hizo que Nora se pusiera roja. Cruzó las piernas e hizo como si lo pensara mucho.

—En realidad, nadie de los que trabaja conmigo me gusta.

—Ah, mira —Audrey sonrió. Se tomó el atrevimiento de agarrar un mechón de cabello de Nora y pasárselo detrás de la oreja—. ¿Qué clase de personas te atraen?

—Uhm... las que se esfuerzan, las que ríen mucho... y las que son muy cariñosas. ¿Y qué me dices de ti? ¿Te gusta alguien?

Audrey quiso decirle que, últimamente, una profesora de ciencias le estaba llamando la atención. Obviamente no tuvo el valor para confesarle semejante barbaridad, pero sí que le dio algunas pistas como un guiño del ojo y una pequeña palmadita en la rodilla.

—Puede ser que sí.

El tono juguetón le causó más rubor a Nora, y por un instante se preguntó si esa persona podía ser ella. Descartó ese pensamiento porque no era posible. ¿O tal vez sí?

Tratando de descubrir qué sucedía, Nora se acercó más a Audrey y la miró con gran intensidad para seguir hablándole. Si la doctora Burton estaba coqueteándole con su lenguaje corporal, ella también podría hacerlo.

[Terminada] Lo que Amo de Ti [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora