Capítulo 26
Audrey estacionó el coche al otro lado de la calle, justo delante del pequeño minisúper llamado "La Siembra". Era un local pequeño que no pertenecía a ninguna de las famosas tiendas de conveniencia que había en cada esquina y que cobraban un ojo de la cara por una Coca-Cola.
—No puedo creer que sea aquí —dijo Nora, cuyo corazón empezaba a latir con fuerza. Sabía que muy probablemente, dentro de aquel negocio estuviera su padre biológico—. El camión que tomo para ir y venir de la escuela pasa aquí mismo.
—Qué pequeño es el mundo —reconoció Audrey. Apagó el motor y reclinó el asiento—. ¿Quieres que entre contigo?
—No. Puedo manejar esto yo sola. Iré ahí mismo y lo veré la cara. Siento que tengo muchas cosas qué decirle.
—No hagas una escena —advirtió la doctora Burton—. Han pasado treinta años desde que ese hombre durmió con tu mamá. Tal vez ni se acuerda de ella.
—Aun así, esta es la clase de cosa que necesito saber o no podré morir en paz.
—De acuerdo —Audrey le dio un golpecito en la rodilla—. Tómate tu tiempo. Yo esperaré aquí.
—Gracias, amor.
—No te preocupes. Está bueno el chismesito —sonrió Audrey.
Nora le dio un rápido beso en los labios y bajó del coche. Miró por ambos lados antes de cruzar la calle y se dirigió hacia el minisúper. Entró después de titubear durante unos instantes y una campanita sonó en la parte de arriba de la puerta.
El negocio no tenía clientes en ese momento. Los estantes y anaqueles estaban bien surtidos con una variopinta colección de frituras, cereales, refrescos y galletas. Había una sección de frutas y verduras al fondo, y unas neveras donde se guardaban los refrescos. Nora tenía la boca seca, así que agarró una botella Sprite y se acercó a la caja registradora. No había nadie. Tocó la campanita para llamar y, a los pocos segundos, salió un hombre de unos sesenta años que caminaba encorvado y se apoyaba con un bastón de metal. Tenía unos lentes amplios delante de sus ojos y un gorro de lana que parecía tejido a mano. Su rostro mostraba arrugas, tenía los labios delgados y una pequeña barba canosa en el mentón.
—Buenas tardes —saludó con voz que recordaba a un abuelo entrado en años—. ¿Eso es todo lo que va a llevar?
—Eh, sí. ¿Es usted Edgar García?
—Así es —el hombre tomó el refresco y lo pasó junto al lector de código de barras—. ¿Pagará con tarjeta o efectivo?
Nora no supo qué responder. Hasta ese momento había pensado que Edgar sería un hombre con mucho dinero y un gran vigor. Un buen partido lo suficientemente guapo como para llamarle la atención a Lourdes. O puede que sí lo hubiera sido en el pasado, pero habían transcurrido treinta años desde entonces.
De repente entró una mujer por la puerta principal, y cargaba una caja de plástico llena de verduras. Nora se volvió de inmediato hacia ella y sufrió un escalofrío que le heló cada uno de los huesos.
—¿En dónde pongo esto, papá?
—Ah, Stacy. Ponlas ahí, donde están las cebollas.
Nora no pudo apartar la mirada de la mujer. Debía tener unos veinticinco años, su piel era clara como la leche y tenía el cabello castaño y brillante cortado a la altura de sus hombros. Su delicada figura y su atractivo aspecto hicieron que Nora viera en ella una versión de sí misma más joven y claramente menos estresada. Lucía feliz y coqueta con ese vestidito amarillo de hombros descubiertos y su delantal de trabajo. Llevaba algunos accesorios en las muñecas y esmalte negro en las uñas.
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[Terminada] Lo que Amo de Ti [Historia Lésbica]
RomanceNora es una dedicada maestra de ciencias que siempre trata de verle el lado positivo a las cosas, a pesar de las muchas dificultades que hay en su vida y su trabajo. Cierto día, se encuentra a una perrita de la calle y decide llevarla al consultori...