Capítulo 5

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Juan había terminado acordando con Eva que entrarían a casa de los Elisondo como obreros de una obra que querían hacer, al parecer querían una cabaña en los terrenos, por lo que desde muy temprano estaban allí preparados para hacer el trabajo. Alycia en cambio, comenzaba como personal de limpieza en la casa

-Cambia esa cara -dijo Oscar intentando contener la risa

-¡Estoy usando un uniforme! -dijo fastidiada Alycia-. ¡Y encima rosa!

-Tú quisiste acompañarnos -le comentó Juan que desde un principio se había opuesto a que Alycia también fuese

-¡No pensé que me pusieran de sirvienta!

-Nunca pensé que te molestase hacer ese tipo de trabajo

-Y no me molesta -dijo Alycia mirando mal a su hermano Franco-, me parece un trabajo tan digno como otro cualquiera, pero sigo sin entender qué hacemos aquí, la dueña de la casa no está, ¿qué sentido tiene estar aquí si ella no está? Os estáis deslomando en hacer un trabajo para ellos y yo estoy sirviendo a las hijas de la mujer que tuvo la culpa de la muerte de Libia, ¡no lo entiendo!

-Muchacha, ¿qué hace ahí? -Don Martín el padre de la señora Gabriella, un anciano en silla de ruedas y que la mayoría de las veces vestía con un uniforme militar se acercó junto a una de las muchachas, Alycia seguía sin aprenderse los nombres

-Vengo a traerles un poco de agua, Don Martín -dijo Alycia intentando mantener la compostura cuando escuchó que Franco intentaba disimular la risa

Alycia intentaba pasar desapercibida en la hacienda, hacía lo que les mandaban, pero intentaba no coincidir con nadie, esperaba que aquella locura no tardase mucho. Llevaban un par de días, comía con sus hermanos, sin importarte ser la comidilla de las sirvientas, ya se había dado cuenta que a todas se les caía la baba con sus hermanos. Al segundo día de estar allí y escuchar como una de las criadas comentaba que era una descarada por comer con tres hombres supo que no sabían que eran hermanos, tampoco ella les sacó de su error. Cuando su horario laboral acababa, esperaba en los establos a que sus hermanos terminaran, le encantaba pasar tiempo con los caballos, había crecido rodeada de ellos y conocía su manejo.

-Alycia, ¿puedes guardar esto en la habitación de la señorita Sara? -le preguntó Dominga en el pasillo de la planta de arriba, Dominga era una de las sirvientas más joven de la hacienda y el único nombre que Alycia conseguía recordar-. Tengo que ir a atender a Don Martín

-Claro... -dijo Alycia cogiendo la ropa, antes de marcharse volvió a girarse hacia Dominga-. ¿Sara era la mojigata o la otra?

-La mojigata -una voz llegó y Dominga se puso pálida, una joven de pelo moreno y pecas en la piel dobló la esquina

-Señorita Sara... -susurró Dominga

-Mi abuelo la ha mandado llamar, ¿no? ¿Qué espera? -dijo Sara a Dominga sin dejar de mirar a Alycia

"Genial..." pensó Alycia, ¿cómo podía tener tan mala suerte? ¿Qué posibilidades había de que justo ella la escuchase?

-Señorita Sara, lo siento, yo... -Alycia se quedó callada, ¿qué iba a decirle? ¿Yo no quería llamarla mojigata?

-¿Sueles faltarle el respeto a todos tus dueños? -preguntó Sara visiblemente enfadada

-No, lo pido disculpas -dijo Alycia mirando al suelo-. Soy nueva y aún no me he aprendido los nombres -levantó los ojos para mirar a Sara directamente-. Eso no excusa mi impertinencia y mi falta de respeto, así que pido que me disculpe

-¿Estás intentando salvar tu puesto de trabajo de forma tan patética?

Alycia comenzó a reír, sabía que estaba empeorando las cosas, pero no pudo evitarlo, lo que hizo que Sara se molestase aún más

Pasión de GavilanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora