Capítulo 39

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Marie

El pasillo del hospital está despejado como si en esta sala solo transitaran los doctores y enfermeras, supongo que no debería tomarme por sorpresa que Fabrizzio haya alquilado todo el edificio.

Soy impulsada en una silla de rueda con la bata y una colcha en las piernas, el frío de afuera se cuela por las grandes ventanas al final del pasillo, Fabrizzio me lleva a ver a Mario después de tanto insistir y que la doctora me lo permitiera, entre él y la doctora me tiene al punto de tirarme del techo del edificio.

Abren la puerta y me entra a la habitación donde se encuentra el hombre que ayudó a procrearme, las manos me sudan y la reparación se vuelve elaborada. Su mirada cae en mí obligándome a avanzar ya que Fabrizzio se quedó afuera para darnos un poco de privacidad. Mientras tanto él tiene que chequearse de nuevo, encontraron algo en su sistema que no me quiere decir, pero prometió decirme una vez que le terminen de explicar todo lo relacionado con ello.

Sé que es relacionado a las lesiones que tiene, casi no puede sentarse bien, he visto sangre que no es mía en la taza del baño y eso me aprieta el pecho de una manera que solo quiero tener al bastardo delante de mí para matarlo con mis propias manos.

Despejo mi mente al concentrarme en Mario quien se ve agotado, con ojeras y con una carga de aparatos enganchados a él.

—Hola...—susurro deteniéndome a su lado.

Toma una respiración entrecortada para hablar.

—Señorita...yo...

Le tomo la mano en un impulso y le miro con determinación.

—No espero que me llames hija o esperes que te llame padre, pero definitivamente no me vas a llamar nunca más señorita. — le suelto tomándolo por sorpresa y suavizo mi rostro brindándole una pequeña sonrisa. —no me mires así, se sumar dos más dos. Digamos que tu frase de "Los Vitali no se dejan romper" es muy similar al "Yo soy tu padre" de Darth Vader.

Su cara de estupefacción termina en una bonita sonrisa y sus ojos brillosos.

—Además entiendo porque no me lo dijiste en su momento, yo tampoco sabría que decir si fuera al revés.

—Es muy difícil imaginarte siendo mi madre, pero capto la idea.

Sonrío con los labios apretados y miro nuestros manos juntos y el pecho se me aprieta.

—Siento que mi madre te haya ocultado la verdad, todo este tiempo.

—No es tu culpa y en algún punto no la culpo tampoco. Estaba empezando a establecerme ¿qué carajos te podría ofrecer en comparación con lo que Roger tenía?

Me muerdo el interior de la mejilla tratando de no llorar mientras retiro mi mano de la de él.

—¿No fallarme? ¿No utilizarme como carnada? —quito la humedad de mis ojos. —¿Amarme a pesar del ser descarriado que soy? No lo sé, sentí más de un apretón de manos ahora que de mi padre toda la vida. ¿Te dice algo eso?

Sonrío penando en esas cosas que me sobraron y en las que nunca tuve.

—Tener ropas de segunda, una bicicleta y una educación decente con esos pequeños detalles que tiene un padre con una hija, hubiera sido mejor que lo que tuve. Te hubiera dado muchos dolores de cabeza eso sí. —reímos.

El hace varias muecas de dolor y me siento un poquito culpable por alterarlo.

—¿Los doctores cuando te dan de alta? —indago queriendo estar un ratico más.

—Todavía falta para que pueda moverme y funcionar como normalmente lo hacía, tuve suerte que me trasladaran rápido al hospital, si no, no la hubiera contado. ―da un largo suspiro. ―Me siento inútil. ¿sabes? Era mi deber cuidar de ti por partida doble. Solo recuerdo estar inmóvil viendo cómo te llevaban. Lo último que tengo en mi mente son tus ojos mirándome asustada. —sus labios se arquean en una mueca apagando las ganas de llorar y yo siento que tengo una llama en la garganta. — Quería salvarte, quería estar ahí para ti, pero el cuerpo no me respondía y solo podía observar. Esa... es la peor tortura por la que he pasado.

Loca Por Un Mafioso©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora