Capítulo 8

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Raven

Lunes 16 de marzo, 2020

Todo empieza encarrilarse correctamente.

Había ganado el Gran Premio de Canadá, y el próximo que ya se acercaba, en dos semanas, sería el de Singapur.

Me encuentro en un avión directo a Mánchester, no veo la hora de llegar a casa. Hace meses que no voy allí, no desde que finalizó la anterior temporada. Mi vida en ese entonces sólo se encontraba enfocada en las carreras y en Leighton —al menos ya no en ella—.

Luego de un vuelo de más de catorce horas, ya estoy frente a la casa de estilo tradicional que Leighton y yo habíamos decido comprar hace un año y medio.

No me animo a entrar porque sé muy bien que, al pisar el cerámico, vendrán los recuerdos como una avalancha. Pero supongo que tengo que ser fuerte.

Al abrir la puerta me golpea el olor del aromatizante que Leighton compraba. Ese maldito olor a coco y flores.

Voy a tener que quemar la maldita casa.

Cualquier cosa que me hace recordar a mi ex novia, me genera enojo, y odio que siga teniendo ese control sobre mí. Por esa misma razón, agarro los jarrones traídos de china —que ella había elegido especialmente para que sean la primera decoración de nuestra casa— y los estampo contra el piso.

¿Por qué se tuvo que cagar en todo? Años de relación, amor y confianza.

No voy a llorar, ya había derramado demasiadas lágrimas luego del Gran Premio de Abu Dhabi, donde decidió dejarme. Dios, sigo tan estancado en ese momento.

El sofá en donde estuvimos entrelazados durante horas, ahora mismo me hace sentir un infeliz. Busco un cúter del cajón y empiezo a romper el maldito sofá con decoraciones en color dorado.

Miles de libras tiradas a la basura, pero me importa una mierda.

Ya una vez exhausto por todo lo que destrocé, decido irme a dormir. Mañana me lamentaría y llamaría a alguien que viniera a limpiar todo. Por hoy ya es suficiente.

***

Martes 17 de marzo, 2020

Me despierto cuando el timbre comienza a sonar de una manera incesante.

Seguro es Hudson.

Abro apenas la puerta y del otro lado se encuentra el susodicho.

—¿Por qué no estás levantado? —me reclama y entra a la fuerza cuando quiero evitar que vea el descontrol que tuve ayer.

—Sólo vete, quiero seguir durmiendo —lo miro de mala gana. Pero el muy hijo de puta me sonríe y niega con la cabeza cuando observa lo que hice.

—Estás en la mierda misma, hombre —comenta de forma graciosa mientras me golpea el hombro y se dirige a mi cocina.

—No me digas —respondo irónicamente.

Le da un gran sorbo a la botella de jugo que sacó del refrigerador, y su cara de asco no da tregua.

—¿Hace cuánto que no haces las compras?

—Meses.

Me doy la vuelta para volver a la cama.

—Estate listo para la noche que vamos a divertirnos como en los viejos tiempos —grita Hudson cuando finalmente se va de mi casa.

Divertirme.

No lo veo posible.

Hasta la última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora