Capítulo 31

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Raven

Lunes 10 de agosto, 2020

Tengo en claro que Leighton está completamente enferma de la cabeza, pero yo no me quedo atrás.

Joder, lo atractiva que se vio hace unos instantes mientras aceleraba sin parar de mirarme. Me había dado el susto de mi vida, pero la realidad es que no me hubiera importado si moríamos estampillados. Si ella estaba a mi lado, me podía haber ido tranquilo.

Estaciona el auto y se queda unos segundos mirando el volante, hasta que gira la cabeza para mirarme.

—Pretende, por una última vez, que sigo siendo tu Gray —susurra—. Necesito que hagas eso por mí.

Asiento.

Cuando estoy por estirar mi brazo para tocarla, sale del auto.

¿Pretender? No hace falta que lo haga. Ella siempre será mi Gray, no hay forma alguna en la que pueda borrar su esencia de mi vida.

Nos adentramos al restaurante, y enseguida nos ubican en una mesa que da a un escenario con rocas alrededor y luces naranja. Se nota que quieren representar algún tipo de volcán con esta decoración, supongo que en un rato empezará cierto tipo de show.

Abrimos la carta, no tengo conocimiento alguno de las comidas que están escritas aquí, por lo que levanto mi vista y me aclaro la garganta.

—¿Qué vas a pedir? —le pregunto a Leighton y ella sonríe levemente.

—¿Para copiarme? —inquiere en su tono arrogante.

La miro con los ojos entrecerrados, y cuando se aproxima el mesero le entrega la carta.

—Kalua pig para el señor, y Kalbi ribs para mí —le indica con una sonrisa de boca cerrada.

Aunque me cueste admitirlo, Leighton siempre fue la que llevó los pantalones en la relación. Nunca me molestó, porque al final del día era yo el que la terminaba dominando a mi gusto.

—Espero que lo que hayas pedido para mí sea una clase de hamburguesa, Gray.

—No te preocupes, te gustará.

Luego de quince minutos y una botella de vino de por medio, llegan nuestros platos. El de Leighton se ve delicioso, son como costillas de carne con alguna clase de salsa. Mi plato está compuesto por trozos de carne de cerdo envueltos en hojas de plátano y coco.

No me fascina, pero tampoco me disgusta. Digamos que estos platos exóticos no son mi fuerte, pero a Leighton le encantan, por lo que a mitad de la cena intercambiamos nuestras comidas.

—Nunca pude hacerte adquirir el buen gusto por la comida exótica —comenta mientras le da un sorbo a su vino.

—Y yo nunca pude pegarte el acento británico —objeto—. Diría que estamos a mano.

—En mi defensa, eras muy malo tratando de hacerlo —suelta una risa.

Si pudiera congelar un momento, definitivamente, sería este. Donde su risa se queda pasmada en mi memoria como una fotografía.

—¿Te acuerdas cuando nos vimos por primera vez? —plantea en un susurro.

—Por supuesto que sí —exclamo—. Babeabas por mí.

—¡Raven! —chilla—. Tenía doce años, y no babeaba por ti. Sólo me parecías lindo.

—Ajá... ¿Entonces por eso, luego de que sonara la campana, siempre ibas a interrogar a todos mis amigos?

—Por dios, no los interrogaba. Solamente... conversaba con ellos.

—Claro que lo hacías —digo dudoso.

Las luces se apagan, y los gritos animados de las personas empiezan a sonar en el ambiente. Reflectores azules dan vida al restaurante, y con ello hacen acto de presencia un grupo de bailarinas con sus respectivas polleras y accesorios hawaianos. Inician su danza, luego llegan otros hombres y por último una persona hace un par de acrobacias con aros de fuego.

Observo a Leighton que aplaude y sonríe felizmente ante el espectáculo.

Una vez que pagamos todo, nos dirigimos hacia la salida.

Las estrellas que encandilan la noche junto con el sonido del mar que se escucha a metros de nosotros, sólo hacen más perfecta la velada.

—Durante mucho tiempo te mentí, Raven —suelta Leighton mirando hacia el piso—. La muerte de Logan... Ese fue el detonante para que toda mi salud mental se fuera a la mierda.

Recuesta su espalda sobre la puerta del coche y da una larga respiración. No digo nada, esperando a que continúe.

—Luego de ese acontecimiento, no fui capaz de ver ninguna carrera de Fórmula 1. El año pasado cuando te decía que lo habías hecho increíble, lo hacía desde la perspectiva de Maeve o Winstlyn que me mantenían al tanto sobre las dichas carreras —confiesa—. Interactúe con muchos psicólogos y psiquiatras, pero ninguno podía ayudarme. Hasta que hace un par de meses empecé con un nuevo profesional, y la verdad que gracias a él pude ir a Silverstone. Pero... tuve un ataque de ansiedad y luego tú te saliste de la carrera, así que no sabría decirte si ahora soy capaz de poder estar presente en el paddock. Aun así, la realidad es que tú encontraste a otra chica que te da eso que yo no pude... Y, de alguna manera, me enoja ese hecho.

Me quedo en silencio, sopesando todas sus palabras de golpe.

—¿Estás enojado? —pregunta—. Créeme que te entiendo si lo estás. Fui una cobarde y no luché por nosotros. Y sé que es bastante egoísta de mi parte decirte esto ahora, pero te mereces la verdad.

—Leighton... —pronuncio, entrando en un debate conmigo mismo.

—Lo siento...

Clavo mis ojos en ella, y destellos de lágrimas se reflejan en su rostro.

No aguanto más ver su semblante triste, así que con mi palma empujo su cabeza hacia mi pecho para encerrarla en mis brazos.

—Yo lo siento, Gray... Por no haberte hecho sentir la confianza suficiente como para que me dijeras en un principio lo que ocurría —alego.

—No fue tu culpa —murmura a la vez que me abraza con más fuerza.

Nos quedamos en este abrazo por varios minutos, hasta que Leighton se separa y nos metemos en el coche. Ella del lado del acompañante esta vez.

Por suerte.

Ahora que Leighton se ha abierto finalmente conmigo, sólo espero que lo que sea que esto signifique, pueda volver a unirnos. Pero no debo apresurar las cosas, todo a su debido tiempo.

Enciendo mi teléfono antes de meterme en la carretera donde no tendré señal. Y creo que hubiera sido mejor si evitaba hacerlo.

Cincuenta llamadas perdidas de Alexis marcan mis notificaciones.

Maldición.

Hasta la última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora