Capítulo 46

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Leighton

Jueves 5 de noviembre, 2020

París solía ser mi ciudad favorita en el mes de noviembre, pero ahora ya no la siento como tal. Ya no siento nada como solía hacerlo, y me pregunto si yo misma me lo busqué. Aunque es estúpido preguntar algo que ya sabes de antemano la respuesta. Yo misma me encargué de joder mi felicidad, yo misma me paré en un acantilado pensando que el viento no me iba a tirar... Yo misma me arruiné y no quiero seguir buscando culpables que justifiquen mis errores.

Emerson responde la última pregunta que hacen en la conferencia de prensa sobre la película, y cuando las cámaras se apagan, me levanto enseguida. No puedo seguir estando en un lugar lleno de personas que desprenden felicidad cuando yo quiero acostarme a llorar hasta que las lágrimas se sientan un complemento de mi cara.

Jagger me para a la salida para dialogar conmigo.

—No sé lo que está pasando por tu vida en estos momentos —se sincera—. Y me gustaría saberlo para tratar de ayudarte, pero...

—No te preocupes, tío —lo interrumpo—. Mi tristeza no va a interferir en las próximas conferencias.

—Leigh... —susurra con pena y me soba el brazo—. No me preocupa eso. Sólo trata de sonreír un poco a la cámara. Muéstrales ese carisma que te caracteriza y estará bien.

Asiento en silencio y me retiro de allí.

No me importa mucho esto de las conferencias de prensa, no van a ser muchas. Dos en Europa y seguramente otras más en Estados Unidos. Puedo hacerlo. Puedo fingir por unos momentos que estoy bien y creérmelo, porque ninguna de las personas a mi alrededor merecen que arruine otra cosa sólo por caprichos.

No es un capricho estar mal por perder al amor de tu vida.

Pero si las personas supieran la razón por la cual lo perdí, seguramente pensarían distinto.

Raven no respondió ninguno de mis mensajes y llamadas desde que se enteró de que fui yo la que divulgó el escándalo de Hawái. Y realmente quiero hablar con él, pero sé que, aunque me diera la chance de poder disculparme, me quedaría muda. Fui egoísta y pensé sólo en mí y en querer recuperar lo que teníamos, así que cualquiera de mis palabras no tienen ningún valor para él en estos momentos.

Una vez en mi habitación de hotel, me saco el vestido que me estuvo apretando el estómago toda la jornada. Agarro unos jeans, un suéter con cuello y unas botas, y salgo otra vez a las calles.

Cuando llego a la cafetería estipulada, sonrío genuinamente por primera vez desde hace casi dos semanas.

—Hace un poco de frío; podrías haber pedido una mesa adentro —protesto con simpatía.

—El frío abre nuestro lado más quejumbroso, y lo reafirmo contigo —dice, negando con la cabeza. Antes de replicarle, me envuelve en sus brazos, y enseguida siento esa calidez y amor que creí olvidada.

Nino Ventimiglia es mi diseñador, mi amigo, pero también ha sido una gran figura familiar en mi vida. La inmensa cantidad de canas en su barba me deja pasmada, ya que a él nunca le ha gustado del todo lucirlas.

Tomamos asiento y comenzamos a hablar de cosas sin sentido, hasta que nos traen los cafés, los macarons y eclairs rellenos de crema y chocolate.

—Tienes vía libre para las preguntas, Leighton —indica Nino, y le da un gran sorbo a su café—. Haz la inminente y terminemos con las formalidades.

Muerdo el macaron y delibero las palabras que estoy a punto a de decir. Tengo miedo de dejarlas salir porque no sé cuál será la respuesta de Nino. Y me aterra que sea negativa, pero aquí vamos...

—¿Dejarás la moda?

Nino suelta una gran risa que me hace dar cuenta que es cierto.

—¿Por qué? —pregunto, dejando el macaron de lado y poniendo una cara larga.

—Estoy enfermo —confiesa tranquilo.

—¿Y qué? No debe ser tan serio.

—¿Sabes, Leighton...? En mi juventud era un gran problema. ¿Y cuando gané fama? Jesús. No hubo una noche en la que mi acompañante no fuera un «Jack Daniel's». Ahora la vida misma me está pasando factura de mis adicciones.

—Dios, Nino, hablas como si tuvieras ochenta, y con suerte estás en tus cincuenta.

—No te desvíes, querida. A lo que voy es que, no tuve el amor suficiente por mí mismo y terminé arruinándome —suspira pesadamente y se queda mirando a un ciclista pasar por la calle—. Tengo cirrosis hepática.

No encuentro ningún tipo de palabras para contestar, y nos quedamos en un silencio largo tratando de asimilar la situación.

—¿Está muy... avanzado? —logro formular, aún sin creérmelo. Nino asiente, y cierro mis ojos.

—Mi hígado está funcionando a duras penas, y ya no me importa cuánto me quede de vida, sólo quiero disfrutar.

—¿Cuándo tienes programado hacerlo oficial? —quiero saber—. Lo de retirarte.

—No lo sé con seguridad, pero... Todavía me queda algo por hacer.

—¿Se puede saber qué?

Levanta las cejas incrédulo ante mi pregunta.

—Tu vestido para la premier de la película, Leighton querida.

—Oh —sonrío—. No te lo había pedido todavía.

—Tampoco lo hubieras hecho, si ya sabes que seré yo quien te lo diseñará.

Nos reímos al unísono y tratamos de pasar la tarde disfrutando de la compañía del otro. Sólo cuando nos despedimos, decido marcar el número de alguien. Me atiende al cuarto tono y suspiro.

—Estoy lista para que hablemos —le hago saber a Winstlyn.

Hasta la última vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora