No sé cuánto tiempo ha pasado desde que la vi por última vez, ¿días? ¿meses? ¿años? El tiempo se ha vuelto una masa amorfa y gris que cubre mis días mientras me arrastro como un zombie de clase en clase, tratando de hallarle algo de sentido a todo esto.
¿Cómo saber que suficiente es suficiente? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para aceptar que lo que más quieres en el mundo jamás sucederá? ¿Por qué no puedo verla? ¿No me echará de menos? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella?
—Señor Marsans. —Me llama la atención el señor Pecha, uno de mis docentes e íntimo amigo del profesor Cabulla. —Me honra con su presencia física, pero me gustaría que también fuera mental.
—Si estoy prestando atención. —Trato de defenderme, pero sería como ocultar el calentamiento global, como decía ella.
Joder, no vayas por ese camino Ángel.
—Entonces podrá resolver este simple ejercicio en el tablero. —Dice borrando las pocas anotaciones que había y escribiendo un ejercicio que más bien parece la escritura de un lenguaje antiguo y obsoleto.
—Claro. —Me pongo de pie y camino hacía el tablero intentando descifrar lo que hay escrito allí, estrujando mi cerebro en busca de alguna pista que me permita no quedar como un imbécil. Camino lentamente, mientras unos treinta pares y medio de ojos me miran con curiosidad, digo treinta pares y medio porque el señor Pecha perdió un ojo por un glaucoma, así que ahora usa un curioso parche de pirata.
Cuando llego junto a él frente al tablero, me pone el marcador en la mano y se cruza de brazos, expectante. Entonces, ocurre algo que ni en un millón de años pensé que podría ocurrirme a mí; las letras empiezan a confundirse entre ellas, saliendose del tablero, bailando frente a mis ojos, burlándose de mí igual que mis compañeros a quienes escucho respirar y masticar chicle a mis espaldas mientras murmuran cosas que no puedo entender.
Mi respiración se acelera, mi pulso aumenta, el sudor me cubre la espalda y me pega algunos mechones de cabello a la frente, escurriendose y filtrándose a mis ojos, impidiéndome ver.
—Señor Marsans. —Me llama el profesor.
—Lo siento, estoy pensando la respuesta. —Logro contestar con la lengua medio dormida y las mejillas calientes.
—Señor Marsans. —Me llama de nuevo y llega a mí, apretandome el hombro con gentileza.
—¡Que yo puedo, maldita sea! —Me sacudo de su agarre como si me quemara con demasiada brusquedad.
—Señor Marsans, este ejercicio no se puede realizar, porque no hace parte de esta asignatura. —Me quita el marcador suavemente de las manos y me mira como si fuera un perro herido que cojea por la carretera. —Por favor vuelva a su asiento, y trate de prestar atención.
Vuelvo con la vista clavada en el suelo, los puños apretados, la mandíbula tensa y unas impresionantes ganas de llorar, mientras de nuevo los treinta pares y medio de ojos me miran, pero esta vez con lastima.
No recuerdo haberme sentido así jamás, tan solo, desolado, tan hundido en la miseria. Siempre fui el guapo, el popular, el irreverente, el galán de pueblo pequeño como solían referirse a mí en La Jagua, pero de eso ya no queda nada, solo mi cáscara, porque todo lo de adentro se ha desvanecido cuando ella se fue.
El resto de la clase me la paso intentando calmarme y mantenerme dentro de mis cabales, pero en cuanto son las once en punto me levanto y salgo por la puerta de vidrio como alma que lleva el diablo, ni siquiera reparando en que David, unos puestos más atrás intenta llamar mi atención para decirme algo.
—Ey, ¡Ey, hombre, detente un poco, por favor! Mira que es difícil seguirte el paso. —Me intercepta con tono amigable en las escaleras.
—¿Qué quieres? Si vienes a burlarte de mí, por favor ahorratelo. —Le ladro con los dientes apretados, tratando de tener algo de autocontrol.
—No, no, solo quería hablar contigo, saber como estas. —Me dice de nuevo y aunque sus labios mantienen una sonrisa amable, puedo ver en sus ojos algo de cautela.
—No hemos hablado en lo que parecen años y... ¿De repente te interesa?
—Solo han pasado dos meses y medio, hombre. Aunque, han pasado tantas cosas que sí parece más tiempo.
¿Dos meses y medio? ¿No he visto a Abril por dos meses y medio?
—¿Qué quieres David? —Me detengo a verlo.
—¿Cerveza y fútbol, como en los viejos tiempos? —Ofrece y me pasa el brazo por el hombro, me aparto rápidamente.
—¿Que te hace pensar que quiero algo así?
—No lo tomes a mal, pero luces terrible, amigo, ¿Te has visto últimamente? No hablas con nadie, no te esfuerzas en clases, a duras penas logras combinar tu camisa con tu pantalón, luces enfermo y demacrado.
—Estoy bien. —Logro decir finalmente y me escabullo de él, retomando mi camino por la escalera.
—Tuviste un ataque de pánico en clase, Ángel.
Paso de él olímpicamente y continuo con mi camino, pues no quiero seguir perdiendo mi tiempo.
—Qué tipo tan raro. —Aunque intenta mantener su comentario solo para sí, alcanzo a escuchar su voz por encima del ruido de los demás estudiantes que van y vienen apurados.
Me detengo en seco.
Raro, esa maldita palabra, la palabra de la que llevo huyendo toda la vida, desde que veía gente muerta en la entrada de mi casa, desde que jugué con el alma de mi abuelo muerto durante su funeral, desde que empecé a ver a Abril.
Lo veo todo rojo.
Me giro sobre mis talones con tanta rapidez que un par de destellos amarillos aparecen en la parte de atrás de mis ojos, pero sin darme tiempo a procesarlos avanzo hacia David y antes de caer en cuenta de mis actos, lo tengo agarrado por el cuello de la camisa y tengo levantado un puño en el aire, amenazando con destrozarle el pomulo izquierdo.
—Dilo de nuevo. —Lo reto con la mandíbula apretada. —¡Dilo, hijo de puta! —Lo zarandeo y él cierra los ojos anticipando el golpe, con miedo.
—Lo siento amigo, pero estás fuera de control. Deberías buscar ayuda. Deberías parar, Ángel. —Susurra aún con los ojos cerrados, con miedo, mientras los demás estudiantes nos miran con los ojos abiertos como platos.
Me siento como una persona horrible y despreciable, como un vil pedazo de mierda, pero prefiero mil veces que me tengan miedo, a que me tengan lastima.
—Déjame en paz. —Sentencio luego de lo que parecen milenios, pero finalmente lo suelto y doy media vuelta antes de seguir con mi camino.
Una vez fuera de la vista de todos, de vuelta en mi pequeño refugio de cuatro metros cuadrados me largo a llorar, la humillante escena de la clase sigue reproduciendose en la parte de atrás de mi cerebro. La manera en la que mis manos temblaban, el sudor, la vista borrosa, las miradas de lástima, incluso del señor Pecha, el deberías buscar ayuda de David.
Deberías buscar ayuda.
Deberías parar, Ángel.
¿Parar respecto a que? ¿Parar de pensar en Abril? El solo pensamiento me carcome, me desestabiliza, me quema por dentro, no puedo seguir, no sin ella. Es curioso que hace cuatro meses ni siquiera la hubiera notado, que hubiera vivido 20 años sin esos ojos negros, sin ese cabello rojo y esa actitud irreverente, pero ahora no puedo concebir seguir en esta vida sin ella, no puedo.
Su entrada a mi vida fue como un tornado, un remolino de caos que puso todo patas arriba en menos de cinco minutos, que dividió todo en un antes y un después, porque a duras penas puedo acordarme de como fue mi vida antes de ella, antes de verla aparecer por primera vez en mis sueños, antes de sumergirme en esta historia distópica y surreal que trastoco todo mi mundo.
Abril.
Abril.
Abril.
Por favor, vuelve, por favor déjame verte. Ese es mi último pensamiento antes de quedarme dormido entre lágrimas y sollozos a las dos de la tarde.
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El Cielo De Abril [TERMINADA]
Teen FictionPara Abril, ser un alma en pena no está tan mal, pues incluso estando viva era invisible. Lo que realmente la cabrea es que el único que pueda verla y que puede ayudarla a llegar a la otra vida, sea Ángel; un cabeza hueca a quién no podría importar...