Capítulo 44: "Dulce venganza" (Abril)

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Aun me mantengo firme en no llevar esto a la policía, ¿Acaso si meten a Sharon a la cárcel voy a volver mágicamente a la vida? No. ¿Mi madre dejaría de llorar hasta quedarse dormida? No.

Lejos de darle un cierre a mi historia abriría más interrogantes, seguiría martirizandola, torturándola y rompiéndole el corazón. No quiero ni imaginarme lo que pasaría si la historia de mi suicidio se convirtiera en la de un asesinato, pero sería algo más o menos así:

Leonard protegería a su esposa como fuera con tal de mantener la farsa de su matrimonio perfecto junto con sus cargos dentro de la universidad, las prestaciones y su estilo de vida, para eso contratarían a uno de esos abogados desalmados cuya ética está dictada por la cantidad de cero que contenga su cheque.

Por otro lado, mis pobres padres pasarían a ser la comidilla de la gente chismosa, los padres de la hija promiscua que se acostaba con un profesor que además resultó ser un hombre casado. Pelearían por mi honor, por mi buen nombre, por mandar a la cárcel a la persona que me empujo desde un sexto piso, acabando con mi corta vida. Contratarían a un abogado que lucrándose de su dolor les haría hipotecar la casa para poder cobrar sus honorarios.

¿Y al final?

Con la incompetencia de la justicia Colombiana a la señora Sharon Martin le darían una sentencia de diez años de casa por cárcel, reducida a dos por trabajo comunitario y buen comportamiento y mis padres quedarían en bancarrota, perderían la casa a causa de una hipoteca que no pudieron pagar, juzgados por todos y completamente desgastados, sintiéndose miserables al ver como Sharon salió de prisión y yo sigo enterrada bajo tierra, siendo la comida de los gusanos.

No. Prefiero ahorrarme todo eso.

Sin embargo, aprovechando las circunstancias puedo tener un poco de dulce venganza y a decir verdad, no pienso desaprovecharla. Primero iré por la señorita Martin y luego, por su amado esposo.

La señorita Martin es una esclava de su trabajo, así que no me sorprende para nada encontrarme con su Toyota Prius color rojo cereza, estacionado frente al edificio cuando avanzo a toda velocidad por el parqueadero para subir las escaleras que me llevan dentro del edificio.

El guardia de seguridad ni siquiera me ve, así que tomando ventaja de mi invisibilidad, me aventuro escaleras arriba a su oficina en donde me encuentro con su secretaria que es ahora la única barrera que me separa de mi objetivo. Ella.

Pongo la capota de mi abrigo color verde militar sobre mi cabeza, asegurandome de que mi cabello rojo quede bien oculto debajo de la tela al igual que mis ojos negros, de manera que lo unico que queda expuesto aun es mi boca, la cual cubro con un tapabocas que tomo del dispensador del mostrador.

—Disculpe, buenos días. —Hablo con la voz ligeramente alterada.

La única que podría reconocerme es ella de todas las veces que llegue a su consultorio ahogada en lágrimas, a la mitad de ataques de ansiedad que apenas me dejaban mover. No la quiero asustar, no se lo merece.

—Ehm, si. ¿Cómo la puedo ayudar? —Se gira en mi dirección aguzando la mirada.

—Disculpe, ¿Es usted la dueña del Twingo de color amarillo que esta en la entrada? —Pregunto y ella asiente completamente atenta, saliendo de su puesto de trabajo con la atención puesta en mí. —Ehm, lo que pasa es que dejó las luces prendidas y la batería... —Señalo con el pulgar por encima de mi hombro y en un dos por tres ella está corriendo escaleras abajo.

—¡Mi auto! Joder, no me puedo quedar sin bateria. ¡No otra vez! —La escucho gritar mientras sus tacones resuenan contra el mármol.

Eso es todo, en cuanto sus tacones han dejado de resonar por el eco del ambiente, un silencio mortalmente aterrador invade la estancia interrumpido solamente por el latir errático de mi corazón.

El Cielo De Abril  [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora