Capítulo 8: Situación de vida o muerta (Ángel)

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No he vuelto a soñar con ella, no he vuelto a sentir su presencia desde aquella fatídica tarde en dónde le dije que desearía que estuviera viva para que así dejara de arruinarme la vida. Es como si eso la hubiera alejado definitivamente de mi y aunque se sentía bien volver a dormir soñando todo negro, una pequeña parte de mí sabe que la he cagado hasta el fondo con ella, sé que a pesar de que intento engañar a mi cerebro diciéndole que tal vez finalmente haya encontrado la forma de trascender porque no puedo verla o sentir su presencia ella sigue aquí, deambulando en alguna parte y odiandome por ser un auténtico pendejo.

Por otro lado y haciendo de Abril un tema aparte, no puedo evitar notar que mi cotidianidad ha cambiado del cielo a la tierra; Celeste no me dirige la palabra, ni se acerca a menos de tres metros de mí, como si tuviera la peste, en su lugar ahora se la pasa con David. Mi mesa ubicada en el centro del comedor central ha dejado de estar llena de gente que se arrima para agarrar algo de reconocimiento y ahora se sientan a metros de mí, imitando a Celeste. Por ahí corre el rumor de que estoy loco, de que quería prender fuego a la casa estudiantil y que ahora puedo ver gente muerta.

Soy una maldita paria social, todo gracias a Abril.

—Eh, Que pena molestarte. ¿Esta silla está ocupada? —Habla una chica castaña y delgada frente a mí, señalando la silla vacía en dónde estoy apoyando los pies.

No la conozco de nada, su cara no me es nada familiar y a decir verdad no me habría fijado en ella jamás en la vida. Pero dado a mi reciente estado de exclusión y mi imperiosa necesidad de reestablecer mi reputación, le doy una de mis sonrisas deslumbrantes.

—Claro que no, linda. Para ti está vacía. —Contesto bajando los pies de la silla y apoyando los codos sobre la mesa, mirándola con interés.

—¿Podría llevármela a mi mesa entonces? Es que somos cinco y solo habían cuatro. —Se explica rápidamente y mi sonrisa desaparece completamente humillada.

—Claro. Lo que sea. —Le digo ahora con indiferencia, mientras intento reponerme de la repentina bofetada de rechazo social, mientras me pongo los audífonos y le doy al botón de play, trayendo a los arctic monkeys a todo volumen.

Paso lo que queda del almuerzo fingiendo que no me doy cuenta como me miran y como susurran preguntándose qué fue lo que pasó conmigo, hasta que finalmente decido ponerme de pie y caminar al aula de clases.

Son las dos de la tarde y el sol me da de lleno en la cara mientras atravieso la plaza Ché de camino al edificio viejo de ingeniería, dónde tengo la mayoría de mis clases y luego de consultar mi horario de clases logro dar con la clase que me corresponde (a la que he asistido tres veces a lo mucho en todo el semestre) y cuyo salón está ubicado en la última planta, en el ala derecha.

Cuando empujo la puerta de vidrio, demasiado ruidosa para mí gusto, un par de cabezas se giran curiosas en mi dirección, incluida la cabeza del profesor Cabulla quien me mira con interés.

—La hora de la clase es a las dos. —Aclara y se baja las gafas para poderme ver de lejos. —Llega diez minutos tarde.

—Creí que tenía al menos quince minutos para llegar sin que considere falla. —Logro encontrar mi voz y escucho algunos murmullos de admiración al intentar ponerle cara.

—Pero sigue siendo un retraso. ¿Nombre? —Pregunta y se dirige a su escritorio donde seguro tiene la lista de inscritos entre sus papeles.

—Marsans. Ángel Marsans —Digo y me atrevo a caminar un par de pasos para poder sentarme en el último pupitre del salón.

—Lo veo y no lo creo. —Dice levantando los ojos de la lista para volver a mirarme al tiempo que suelta una carcajada sarcástica. —Al fin tengo el gusto de conocerle la cara señor Marsans. Felicitaciones por su récord de inasistencia perfecta.

El Cielo De Abril  [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora