Capítulo 50 - Regreso al pasado

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Cárcel de mujeres

Parecía una mañana tranquila cuando varias reclusas se dirigían a la capilla de la prisión femenina ubicada a las afueras de la ciudad, en un barrio muy alejado de la capital. El padre de la parroquia las esperaba con ansias para comenzar la ceremonia de aquel día, y reflexionar sobre los aprendizajes que cada una había tenido encomendando su alma a Dios dentro de la prisión. Pero para aquella tarea no estaba solo, tenía a una acompañante, una fiel novicia con cerquillo rubio que había demostrado su dedicación al servicio y hoy estaría a su lado para guiar a las demás por el camino del Señor.

—Hermana Irene, que alegría tenerla por acá —le dijo él recibiéndola con los brazos abiertos—. Usted es el ejemplo de que sí se puede cambiar y ser mejor persona, por eso es muy importante que esté hoy acá, y quiero que me acompañe.

—Muchas gracias, padre. De verdad, agradezco mucho la oportunidad.

—¿Tiene preparada su cruz?

—Sí. Siempre la llevo conmigo —le dijo ella con una sonrisa mientras se la mostraba.

Estaba todo listo. Las reclusas estaban sentadas esperándolos. El padre abría la Biblia en las páginas que contenían el mensaje que quería transmitirles.

—Hijas... hoy Dios las ha puesto frente a su palabra para transmitirles su fortaleza; su coraje; para decirles que no se rindan, y que se mantengan siempre en el camino del bien. Que si han elegido el camino del Señor es porque quieren enmendar sus vidas, porque quieren abrazar al Señor y recibir su bendición así como él recibe a sus hijos en el cielo y perdona sus pecados sin importar cuál sea. Porque todos y cada uno somos hijos de Dios. Él las ama. Las ama aún con sus defectos. Y antes de nacer les dijo que se equivocarían una y mil veces en la vida para aprender su verdadero valor. Por eso hoy están acá, para abrazar la vida que llevaban afuera. Para cambiar y ser diferentes. Para tomar ejemplo, y qué ejemplo tenemos hoy. Ya todos la conocen —señaló a la novicia que estaba junto a él—. La hermana Irene pecó, fue una de ustedes, y hoy está cumpliendo una condena. Cometió actos que para cualquier ser humano serían imperdonables, pero que para la gracia de Dios no lo son, porque Dios es capaz de perdonar a quien se arrepiente de verdad, como ella lo hizo. Por eso... por eso les quiero dejar una enseñanza valiosa, por eso quiero dejarlos con la hermana Irene. Hermana, por favor...

Todas la aplaudieron con fervor.

—Muchas gracias por sus palabras, padre. Hoy efectivamente vine a transmitirles un mensaje —afuera unos movimientos se hacían sospechosos aunque todo pareciera normal—. Para eso necesito que agarren sus Biblias... Ya saben qué hacer con ellas —dijo con un tono desafiante.

Como animales primitivos todas comenzaron a rasgar las páginas de aquel libro sagrado ante la mirada atónita del padre.

—¡¿Pero qué es esto?! —bramó enfurecido.

—Muy bien, hermanas. Necesito que destrocen esas palabras sucias; písenlas; cómanlas; escúpanlas, hagan lo que sea con esa basura cristiana. Es pura mentira que nos han vendido para controlarnos.

—¡Hermana Irene! —el padre estaba al borde de un infarto. Ella lo ignoraba.

Afuera notó que las llamas se estaban esparciendo por todos lados. Los gritos desgarradores y el humo comenzaban a colarse por todos los sentidos sin compasión. Disparos iban y venían. Internas se lanzaban como hienas contra las policías que intentaban contener el motín de la forma en que podían, pero el mal le estaba ganando el bien. Era un plan perfectamente orquestado, en el que las mujeres de la capilla parecían tener el control, pues no mostraban ni un atisbo de sorpresa.

El padre intentó huir cuando vio a la hermana Irene alzando lo que parecía ser una cruz invertida. No lograba ver bien. La escena se había vuelto terrorífica. Sin embargo, escapar se le hizo imposible. Estaba encerrado en la capilla junto a aquellas dementes que rezaban en latín unas palabras escalofriantes.

Sombras en la noche (#SdV 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora