En la mansión Ferreira no corría ni un alma por sus pasillos, todos estaban en un salón enorme y alumbrado con velas parados frente a Nora, a quien tenían amarrada a una silla lista para un ritual de exorcismo final.
—¡Sáquenme de acá! ¡Me las van a pagar! —gritaba intentando zafarse a como diera lugar—. ¡Sáquenme!
Clara se acercó a ella y se puso frente a frente, mirándola ya no con rabia, sino con pena.
—Siempre desée que llegara este momento. El momento de verte pagar por todos tus crímenes, de ver tu alma condenada al infierno. Lo deseaba tanto, con tanta intensidad que el odio se había convertido en el motor de mi existencia. Pero ahora que llegó al fin no siento odio por vos, siento pena. Pena de todo lo que te toca a partir de ahora. Me da igual lo que pase con vos, vieja enemiga, solo quiero que haya justicia al fin.
—Gracias, yo también te quiero, querida —le respondió Nora con sarcasmo mientras seguía intentando desatarse—. Si pensás que éste es mi fin y que vos ganaste estás muy equivocada. Voy a volver, y juro que voy a hacer tu vida un infierno.
—Ya no. No hay manera de que puedas hacerlo —Clara miró a Santiago, a Lorenzo, a Antonia... estaba decidida—. Nuestro ridículo juego del gato y el ratón termina hoy, acá mismo, Nora. Es hora que las dos volvamos a donde pertenecemos y les dejemos estos cuerpos a quienes realmente lo merecen. Ya no tenemos nada más que hacer acá.
Los demás asintieron aprobando su decisión. Era lo más justo dejarle su lugar a quien correspondía, aunque Nora no pensara así.
—¿Estás lista? —le preguntó Antonia.
—Sí, hagamos esto de una vez.
Clara se sentó justo en frente de Nora. Ambas enemigas ahora estaban mirándose a la cara sabiendo que les esperaba el mismo destino que compartirían por el resto de la eternidad.
—Si no recuerdo mal, se necesita un objeto humanoide donde depositan el alma, sea un muñeco, un cuadro, un dibujo... —dijo Antonia.
—En mi caso es un cuadro —respondió Clara—. Mi alma estaba depositada ahí, y desde que hicimos el intercambio, el alma de Florencia está atrapada en ese cuadro.
—Nel caso di Lucia, una muñeca —aclaró Lorenzo.
—Igual que mi hermana —señaló Antonia.
—¿Dónde podrán estar todas esas cosas? —preguntó Santiago bastante incrédulo.
—Io so dónde.
Lorenzo fue corriendo hacia el final del pasillo donde recordaba que había una puerta extraña donde esa familia guardaba una colección de innumerables muñecas, entre las que vio la de Lucía. Luego de forzar la cerradura una, dos, hasta tres veces, pudo entrar hacia aquel rincón hundido en penumbras. Era un sitio donde la energía se volvía pesada. Parecía que Dios se había olvidado de aquel lugar. Apuntando con un farol vio la cantidad de muñecas que había sobre la pared, entre ellas la de Lucía y la de Josefina.
Del otro lado del cuarto oculto detrás de un enorme baúl pudo ver la pintura de Clarita. Aquella que habían comentado los gurises que la mitad de su rostro expresaba amargura y la otra mitad expresaba una profunda furia que helaba las entrañas de tan solo verla. Era ella.
Tenía todo lo que necesitaba en sus manos, pero de un momento a otro el farol que cargaba consigo comenzó a apagarse. La llama se movía en vaivén haciéndose cada vez más y más pequeña. Detrás suyo, la puerta se iba cerrando lentamente cuando Lorenzo no giraba su cabeza para saber qué pasaba. Algo andaba mal. El silencio se había convertido en vacío. Y cuando Lorenzo quiso retroceder la puerta se cerró de golpe dejándolo sin salida encerrado en completa oscuridad.
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Sombras en la noche (#SdV 2)
HorrorDeberías creer en aquello que se oculta en las sombras Queriendo dejar un terrible pasado atrás, Lucía decide tomar un nuevo rumbo a su vida comenzando desde cero. Es así que llega a la enorme casona de la excéntrica familia Ferreira como niñera de...