El trayecto hacia la ostentosa mansión donde ocurriría la fiesta fue bastante incómodo. El silencio reinaba, y no precisamente por Martina y Mateo, sino también por Lucía quien se sentía perturbada por el rastro de sangre en la escalera; por el moretón de Mateo, y por sentirse en el traje de una mujer muerta. Estaba viviendo un cuento de terror de esos que le contaban de niña y tanto le aterraba para que no desobedeciera a sus padres, pero esta vez nadie se lo contaba. Lo estaba viviendo en carne propia y se sentía como un chaleco de once varas apuñalándole por el frente y por la espalda, asfixiando su respiración con cada minuto que pasaba.
—¡Llegamos! —exclamó Manuel—. ¿No es linda la casa? —nadie respondió, solo miraron hacia afuera con cierta curiosidad.
La casona era aún más ostentosa que la de los Ferreira. Predominaba el ocre claro, las fuentes y los colores vivos, muy por el contrario de lo que era el castillo Ferreira que más parecía un mausoleo a la soledad y tal vez a la misma muerte. Dentro de aquel palacio el blanco relucía por todos lados, haciendo juego con adornos de oro y largos vestidos de fiesta que acompañaban las risas de los presentes. Todo era lujo y pretensiones, y los Ferreira definitivamente no podían quedarse atrás.
De entre toda esa multitud de extraños se acercó uno, un hombre alto y cachetón con una barba igual de negra con algunas canas como su cabello.
—¡Ferreira! ¡Que alegría que hayan venido! —lo saludó alzando los brazos con una sonrisa—. Sean bienvenidos a mi casa, por favor, pasen. Los estaba esperando con ansias.
—Gracias, Roberto. Es un placer estar acá —expresó Manuel devolviéndole la sonrisa—. Te presento a mis hijos, Mateo, Martina, y ella es su niñera, Lucía Salvatierra.
—Es un placer recibirlos. Señorita —Roberto con suma educación tomó su mano y le dio un beso galante, que a ella no le agradaba del todo. Los protocolos le enfermaban—. Sea bienvenida, siéntase como en su casa —le dijo mirándola a los ojos de una forma algo... lasciva.
—Gracias, señor.
—El señor Zubiria es un gran coleccionista de arte —dijo Manuel intentando halagarlo—. Su casa casi parece un museo.
—¡Ay, Manuel! No exageres. Me gusta tener objetos preciados para adornar mi casa, y sobre eso también quería hablar contigo. Cosa de negocios —aclaró Roberto.
—¡Manuel Ferreira! ¡Qué sorpresa! —interrumpió Milagros de forma sorpresiva viniendo con una copa del más fino champagne—. Que bueno encontrarlo por acá, tanto tiempo.
—¡Señora Milagros! El placer es todo mío, que gusto en verdad —le dijo con una sonrisa que pronto se redirigió a Lucía.
—¿Y estos niños encantadores quiénes son? —preguntó ella.
—Mateo y Martina, mis hijos.
—¡Pero que cositas más bonitas que son! —expresó Milagros apretujándoles el cachete—. ¡Me los como!
—Y ella es Lucía... la niñera. Que casualidad encontrarlas juntas —señaló Manuel mostrándose algo incómodo.
—Un placer, Milagros Salvatierra —lo interrumpió de forma tajante y mirando de forma desafiante a su hija. Era extraño, pero actuaba como si no la conociera.
Lucía no entendía su reacción. Pero no iba a armar un escándalo en medio de una fiesta. A pesar de todo, estaba en su horario de trabajo.
Y aunque su hija no entendiera la reacción, Manuel parecía que sí la entendía, por lo que decidió cambiar de tema de inmediato.
—Bueno, Roberto y yo tenemos negocios que tratar, si nos disculpan —dijo Manuel retirándole con su viejo amigo.
El ambiente se volvió muy incómodo entre Lucía y su madre, quien la miraba con desprecio mientras intentaba simular que no la conocía.
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Sombras en la noche (#SdV 2)
TerrorDeberías creer en aquello que se oculta en las sombras Queriendo dejar un terrible pasado atrás, Lucía decide tomar un nuevo rumbo a su vida comenzando desde cero. Es así que llega a la enorme casona de la excéntrica familia Ferreira como niñera de...