Epílogo

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Al día siguiente Lucía estaba comenzando al fin a reencontrarse con la vida. Esta vez junto a Lorenzo, el hombre con el que había elegido rehacer su vida. Aunque ésta no estaría completa si no resolvía un conflicto interno que sentía que había llegado la hora de sanar.

—Tengo que ir —le dijo a Lorenzo mientras caminaba por una plaza.

È sicuro?

—Sí. Tengo que cerrar este ciclo.

Andiamo, entonces.

***

La mañana era soleada. Afuera se respiraba quietud y un aire primaveral que se colaba por la ventana haciendo a las cortinas balancear. Era un cuarto antiguo con paredes color ocre. En el centro de una de ellas había una cruz, en otra un cuadro oval con la foto de Jesús. Todo era marrón como un roble, como el vestido que llevaba ese día Milagros, quien se encontraba sentada en la cama al lado de su marido dándole las medicinas de todos los días.

—Llegó la hora de tus medicinas, mi viejo —le dijo ella mientras preparaba un jarabe. Él tenía la vista perdida en la nada—. Es por tu bien, lo sabés.

El señor no reaccionaba a lo que Milagros le decía. Era tan solo un muñeco de trapo tirado sobre la cama. Sin embargo a ella parecía no importarle. Le dió sus medicinas y le revisó cada ojo. Todo estaba normal. Por lo que se levantó de la cama y se dispuso a irse como si tal cosa. Excepto que algo le haría dar un salto brusco hacia atrás. Escuchó un estruendo proveniente de abajo. Unos vidrios se habían quebrado. Mil teorías locas pasaron por la mente de Milagros. «¿Alguien entró? ¿Fue un animal? ¿Qué pudo haber sido?» pensó. Estaba sola y desarmada. No sabía si quedarse allí junto a su esposo o bajar y ver lo que era. «Tal vez no sea nada» se dijo a sí misma una y otra, y otra vez, pero fue en vano. No logró convencerse de aquella idea. Por lo que bajó con una escoba que había encontrado en el camino para defenderse. Lo que vio en la sala de estar fue peor de lo que había imaginado. Allí estaba su ex empleada. Aquella que había asistido a su hija en el parto tiempo atrás.

—¿Rufina?

—La misma. ¿Le sorprende verme? —Rufina le estaba apuntando con un arma.

—¿Qué hacés acá con eso? ¡Deberías estar presa!

—¿Por qué? ¡Ah! Porque fui yo la que mató a Pedrito, ¿no es así? —preguntó llena de sarcasmo. Se notaba la ira y la indignación en el rostro de aquella mujer—. No sea cínica, mujer.

—¿Cómo escapaste?

—Hubo un motín en la cárcel de mujeres... un grupo de dementes inició una masacre en la cárcel, incendiaron todo, y yo aproveché a escapar. Era la oportunidad perfecta para ajustar las cuentas pendientes que tengo con usted.

—¡Vos y yo no tenemos ninguna cuenta pendiente! Y ahora andate de mi casa antes que llame a la policía.

—Llámela, le va a encantar saber toda la verdad de lo que sucedió aquel día. Porque las dos sabemos que yo no maté a Pedrito.

—¡Claro que fuiste vos! —Milagros se veía alterada.

—¡No! Usted sabe muy bien que fue usted. ¡Usted fue la que mató a Pedrito! ¡Fue usted!

—¡¿Qué?! —preguntó Lucía al llegar. Había escuchado la confesión de Rufina en el momento preciso—. ¡¿Qué estás diciendo, Rufina?! ¡¿Y qué estás haciendo acá?! ¡Deberías estar presa!

Rufina no sabía qué decir. Milagros aprovechó la ocasión para redimirse.

—No sabe cómo más hacerle daño a nuestra familia, hija. ¡Todo lo que dice son mentiras!

—¡No! Estoy diciendo la verdad —bramó Rufina—. Que bueno que estemos las tres acá, para que caigan de una vez todas las máscaras. Quiero que se dé cuenta quién es su madre realmente, Lucía. Fue ella. Ella mató a Pedrito ahogándolo en la pileta e hizo que me echara la culpa con la promesa de que así ayudaría a mis hijos financieramente dándoles una vida que nunca imaginaron. Yo acepté, incrédula, me eché la culpa por ver a mis niños creciendo sin pasar necesidades, pero la ayuda de esta mujer jamás llegó. Milagros rompió el acuerdo que teníamos y desde ahí me vi obligada a decir la verdad.

Sombras en la noche (#SdV 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora