Capítulo 18 - Las manos en el fuego

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La tarde comenzaba a caer en la mansión de los Ferreira. El sol se ocultaba entre los sauces para ya no volver hasta el día siguiente. A Lucía aún le quedaba un rato más de cuidar a aquellos niños tan difíciles y extraños, pero lo que no imaginaba era que esa tarea no iba a ser tan complicada como lo que se asomaba a la puerta. Tenía nombre y apellido, y tal vez era el mayor desafío de su vida.

—¡Milagros! Por favor, venga, siéntese —le dijo Manuel llevándola hacia su refinada sala de estar—. ¿A qué debo su visita?

—Disculpe que venga a estas horas de la tarde, Manuel, es que me quedé muy preocupada con lo que pasó ayer, ¿cómo está su hija?

—De lo más bien. Se quedó un poco asustada por lo que pasó pero ya se le pasó, ahora ha estado jugando todo el día —le aseguró Manuel restándole importancia.

—¡Ay, que bueno! Pobre criaturita. Pero, ¿qué fue lo que vio ahí atrás? Porque salió como si hubiese visto a un fantasma.

—Algo así, fíjese. Pero era uno de los empleados de Simón que en medio de la oscuridad no la distinguió y la espantó, pobrecita.

—¡Qué horror! Debería demandarlo —propuso ella ante la mirada atenta de Lucía, quien los observaba a lo lejos.

—No se preocupe que ya lo hablé con él. Le agradezco su preocupación Milagros —un silencio incómodo se cernió entre los dos, hasta que Manuel se atrevió a preguntar lo que tal vez no debía—. Me sorprendió verla sola ayer, ¿su esposo sigue mal?

—Sí, pobre santo. Él siempre fue un hombre fuerte, tan lleno de vida, y ahora está ahí postrado en una cama —se lamentó Milagros llevándose un pañuelo a los ojos—. Los médicos no han podido hacer nada, creo que la única que puede es mi hija, pero ella está de viaje, muy lejos —Lucía oyó aquellas palabras a lo lejos y volvió a sentir la culpabilidad erizándole la piel.

—¿Ah, sí? ¿Lejos?

—Sí. Se le metió en la cabeza que quiere ser una mujer libre, en vez de casarse y tener una familia como Dios manda. Le rezo todas las noches para que conozca a un buen hombre digno de ella, como usted por ejemplo —sentenció Milagros cambiando el tono de sus palabras—. Usted es tan elegante, refinado, buen mozo, de buenas costumbres. Estoy segura que si ella llegara a conocerlo se enamoraría de inmediato de usted. Además, los dos están solos.

Lucía se levantó de su asiento y se fue corriendo escaleras arriba, siendo seguida por la mirada de satisfacción de su madre.

—Estoy seguro que nos vamos a llevar muy bien, doña Milagros. Demasiado bien —aseguró Manuel con una sonrisa que escondía malicia en sus intenciones—. Voy a estar encantado de conocerla.


***

Lucía estaba hecha una furia. Su propia madre parecía ser su mayor mártir en la vida. Alguien que quería manejarla a su antojo a punta de provocaciones y chantajes emocionales cada vez más bajos. No sabía hasta qué punto podría seguir soportando.

Al cabo de un rato Manuel llegó y la vió dando vueltas de un lado a otro.

—Lucía, ¿qué le pasa? —preguntó.

—Perdóneme Manuel, mi madre no tenía por qué meterlo en mis problemas personales. Es una desubicada.

—Tranquilícese... no haga caso de lo que diga.

—Es que usted es mi jefe, no tiene por qué soportar las estupideces de ella.

Manuel la tomó de los hombros y la hizo detenerse por un segundo.

Sombras en la noche (#SdV 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora