Capitulo 10: Dudas

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Teo

Lo entiendo, mi cara estaría igual que la de ellos.

No fueron una, tampoco cinco, ni mucho menos diez, estoy casi que seguro que sobrepasaron las mil quinientas y no hacía falta contarlas, fueron demasiadas. Ella no paro y ni pensaba hacerlo, su diversión mezclada de venganza con un exquisito olor, se apodero por completo de la mocosa.

Se supone que cuando encuentras nuevamente a esa persona, que por muchas noches suspiraste y lloraste, deberían pasar las cosas comunes, largas platicas, abrazados cada dos segundos y muchos, muchísimos, besos. Lo repito, muchísimos.

Ni en el pasado y tampoco el presente, me va a dar el poder de que mis planes salgan como mi cabeza soñadora, producto a ser hijo de Julia, quiere. Para nada.

Y menos cuando se trata de Isabela. Ella iba a volver a mi vida como lo hizo por segunda vez, de un momento a otro, como si se tratase de un balde de agua helada en la cara, que se note, que se sienta y que haga demasiado ruido. Que el frio en todo el cuerpo no salga de un segundo a otro, que tarde y que la helada agua, consiga colarse por todo mi organismo.

Una hipotermia.

Ella llego, bajando por completo la temperatura de mi cuerpo y estabilizándolo, cuando sus cálidos labios colisionaron nuevamente con los míos.

Tan solo pensar de nuevo en sus labios, hace que quiera probarlos ahora mismo, delante de toda esta gente que me está observando de manera extraña y lo entiendo, como dije, si alguien con esta pinta pasara por mi lado y puede ser, que mis ojos se corran involuntariamente.

Y esta es la explicación de porqué mi equipo de vóley y algunas chicas de la selección femenina me dedican miradas divertidas y ahogan algunas carcajada, la gran parte de mi camiseta, brazos y pantalones, están manchados de color rojo y huelo, escandalosamente, a fresa. Ni Isabela, que vive metiéndose caramelos de fresas a la boca lleva el olor que tengo ahora mismo.

— ¿Qué es lo que te sucedió?

Lo suponía.

La única persona en el mundo que no iba a molestarse a retener su diversión, iba ser ni más ni menos que Benjamín, que de manera burlona me observo. Faltaría el imbécil de Luka y el ceño fruncido de Alex para completar mi excelente mal humor.

—Está loca. — señale a Isabela. — Me arrojo un montón de fresas.

—Te jodes por seguir siendo el mismo idiota. — contesto Isabela, sentándose a un lado de Micaela.

—Mocosa...— murmure entre dientes, acercándome a ella.

— ¿Qué? Ni me mires así, que no digo mas que la verdad.

— ¿Sabes una cosa Isabela?

Pregunte dando un paso más hacia ella y viendo como Isabela, se levantaba de la silla para hacerme frente, tal como en los viejos tiempos y ver su pequeña nariz arrugada hace que mi enojo se esfume y que mi sonrisa quiera escaparse de mis labios.

—Tú tampoco cambiaste mucho. — sonreí divertido. — Sigues siendo la misma enana.

—Dilo de nuevo Teo si te dan las malditas pelotas, que te advierto que estas a segundos de perderlas. — espeto.

La hice enojar. Meterse con su estatura es algo que, a pesar de los años que pasen, nunca falla.

— ¿Quieres que te repita que eres una enana? — baje mi cabeza a su altura y de manera burlona, lo repetí. — Enana.

—Dime... ¿En realidad conseguiste amigos o están contigo por lastima?

Al diablo eso de querer hacerla enojar porque me gustan las pequeñas arrugas de su nariz. La mocosa sabe dónde pegarme para que duela y eso, es meterse en la profundidad de mis inseguridades por el mal genio que tengo con todo el mundo que se me acerque para ser sociales.

Te quiero, dos metros cercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora