Capitulo 22: El gato me odia

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Teo

La ausencia de animales en mi hogar siempre estuvo presente. Recuerdo cuando éramos críos con Paula, más de una vez les lloramos a nuestros padres para que nos dejen tener un cachorro, después de varias insistencias de nuestras partes, ellos lo concedieron un tanto preocupados. En ese momento no le entendíamos, con mi hermana habíamos hecho una lista para cuidar bien del cachorro. El pequeño llego y a las dos horas le tuvimos que devolver, al ver a nuestro padre casi morirse de alergia.

Era tener cachorro o tener padre y con Paula elegimos a nuestro padre. Si la alérgica a pelo de animal fuese mi madre, la elección iba a estar fácil. El animal se iba a quedar en la casa.

Cuando me mude a Argentina, la posibilidad de tener un animal volvió a mí, pero luego de una extensa platica con Benjamín, en donde me abrió los ojos como si me tratase de nuevo de ese pequeño crio caprichoso que quería tener un cacharro, decidí que no era una buena idea traer un animal a esa casa, viajábamos mucho y nos pasábamos más horas en el entrenamiento que en nuestro hogar. No era una vida digna para el pobre perro.

No voy a negarlo, en el momento que Isabela me comento sobre su pequeño gato me ilusione, saber que iba a pasar una temporada conviviendo con un animal tan lindo, me entusiasmaba demasiado.

Hasta que le conocí.

Ese maldito gato dramático y manipulador, se la ha pasado levantándome todas las noches a las cinco de la mañana, saltándome sobre el estómago de manera brusca. No es liviano. Es un gato gordo y peludo.

Nunca pensé que iba a detestar tanto a un gato, pero esa bola de pelos de color negro, se está comprando todas las entradas al infierno de los gatos con las cosas que me ha hecho. Es malo sin motivos, orino más de una vez en mi ropa, me araña cada vez que me acerco a Isabela y debo aguantar, sus maullidos mañaneros. La mocosa esta acostumbrada, ni eso, a Isabela puedes pisarle la cabeza que si esta plácidamente durmiendo no va a despertarse. Me encantaría gozar de su manera de dormir, pero no puedo hacerlo.

—Tú y yo, debemos hablar seriamente. — murmure mirándole seriamente.

Con cuidado me levante de la cama, tomando al gato y llevándolo hacia la sala de estar, prendiendo las luces de la casa y dejándolo sobre el sofá.

— ¿Qué diablos sucede contigo? — pregunte. — Para que lo sepas, a tu dueña le conocí primero, empieza a cambiar tu forma de tratarme o nosotros vamos a terminar mal.

El gato, como siempre lo hace, me ignoro. Dio un maullido, si estuviese un poco más demente, creería que acaba de contestarme que le importa un carajo lo que le estoy diciendo. Moco, se bajó del sofá, volviendo corriendo hacia la habitación. Ganando, de nuevo, la batalla contra mi. ¿Qué diablos esperaba? ¿Qué me contestase? ¿Qué por arte de magia comience a quererme?

Rendido, me deje caer en el sofá, tomando mi frente con una de mis manos, frotando y respirando con tranquilidad, tratando de no molestarme más con un gato. Me gustaría saber qué demonios hice mal en mi vida para que un gato logre fastidiarme de ese modo.

— ¿Qué sucede Teo?

La voz de Isabela me hizo levantar la mirada y encontrármela de pie a un lado del sofá, con su rostro un tanto preocupado.

—Tu gato me está volviendo loco Isa. — confesé, largando un gran suspiro. — Juro que estoy haciendo hasta lo imposible para que me quiera, pero no puedo, me odia y ¿sabes qué? También lo hago, lo detesto.

Isabela largo una carcajada, haciendo que termine fulminándola con la mirada.

— ¿Qué es lo gracioso?

Te quiero, dos metros cercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora