Capitulo 14: Nuestro sueño

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Isabela

No me gusta correr, eso siempre lo he dejado en claro. Pero si me gusta volar, sentirme libre y ver las cosas de una perspectiva alta, lejos de todos.

Sin embargo, los humanos no tenemos alas, pero si tenemos pies que pueden saltar a grandes alturas con una buena práctica y la ayuda del envión de nuestras propias piernas.

No me gusta correr. Pero, me gusta el envión de hacerlo para saltar y tener esa vista que no puedo tenerla caminando con mi altura.

Desde que comencé a practicar vóley, el mismo problema me perseguía; la estatura y mis pocas ganas de querer recaer a la posición de libero, puesto que pegaba muy bien conmigo. No quería darles la razón a ellos, quería demostrar que podía convertirme en la mejor armadora con una estatura por debajo del promedio y que también, iba ser de las mejores colocadoras y jugadores de mi generación, infundiendo el miedo que hay en sus rostros ahora en día, cada vez que me ven del otro lado de la red.

Al principio pensaron que no iba ser una amenaza, que podría hacer una chica que solamente media un metro sesenta y se negaba a posicionarse como libero, como dije, al principio. Mis tiempos de callarles la boca a cada uno de ellos término hace unos años, específicamente, al año de terminar el colegio y entrar a uno de los mejores equipos de España como colocadora titular.

Cuando tenía diez años me pesaba demasiado eso de ver como todas mis compañeras entraban a la cancha y yo tenía que quedarme en el banco sentada observándolas, por no tener la suficiente fuerza para recibir los remates o la estatura para saltar y hacer un buen bloqueo. En ese tiempo, ellos tenían razón, nada podría hacer una niña que media mucho menos que las demás y que no contaba con la misma fuerza que ellas.

Fueron tres años en que deje mi sueño en pausa, dándoles la razón a todos esos adultos que tenían el trabajo de pulir mis sueños y no trabarlos como lo hicieron. Entonces decidí hacerles caso y jugar por tres años como libero, demostrando que podía dar más de lo que estaba dando y que era una muy mala decisión del entrenador tenerme allí.

Eso es lo que hacía en público.

En secreto, seguía puliendo mi sueño y entrenaba más de lo que una niña de diez años tenía permitido. Me levantaba a las cinco de la mañana todos los días y salía a correr, recuerdo que elegí perder el orgullo y pedirle a mi madre que por favor me contratase un entrenador profesional de vóley y si conseguía uno que se posicionará como armador, iba a seguir con todas las actividades que ella quisiera mandarme.

Lo cumplió.

Fueron varios años de mantener ese secreto, sacando el brillo que tenía muy tapado por años de adultos pisándome por no ser lo suficientemente alta y siguiendo con las estrictas actividades que mi madre me obligaba a realizar, queriendo de algún modo, que olvidase que el vóley no era tan importante como pensaba y que podría tratarse de una obsesión pasajera.

A los trece años enfrente a mi entrenador del colegio y le exigí una prueba, que consistía en que el, eligiese a tres compañeras mías y las colocase detrás de la red y mi plan era, que si no recibían mi saque, él iba a ponerme a jugar de prueba en la posición de colocadora, todavía recuerdo su agria carcajada y como asintió, pensando que estaba loca y que era imposible que tres chicas que me sacaban más de dos cabezas no recibieran un servicio mío, cuando para él, era obvio que no contaba con tanta fuerza.

Esa mañana la sigo recordando, como la primera en la que deje varias bocas abiertas pero a la vez totalmente calladas, en el momento que la pelota le toco el brazo a una compañera y salió disparada para otro lado. Fueron varios minutos de que nadie dijese nada, hasta que el entrenador volvió a pedirme que haga lo mismo y así, unas cinco veces más, que con cinco personas detrás de la otra red, lograron estabilizar la pelota en el aire.

Te quiero, dos metros cercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora