Isabela
La ansiedad, el miedo y la tristeza comenzaron a nublarme por completo. Había recorrido cada pasillo de la sala y Teo no estaba, en ninguno. Moleste a varias personas, tocando su hombro pensando que se trataban de él y no lo eran. Tres aviones despegaron en todo ese transcurso.
Mi espereza comenzó a caer junto a mi llanto desconsolado.
Estaba claro, lo había perdido. Teo se marchó a Argentina pensando que no le amo. No hay vuelta atrás.
Pase mis manos por el rostro, tratando de secar las incontrolables lagrimas que caían por toda mis mejillas. La gente a mí alrededor se quedó varios segundos observándome con pena, dudando si debían acercarse para preguntarme si me encontraba bien. Y no, estoy experimentando el peor día de mi existencia.
— ¿Isabela que haces aquí?
La voz de Teo me hizo voltearme de inmediato, para encontrármelo de pie a pocos metros de mí. No lo pensé y salte a su cuello, envolviéndolo en un abrazo, sintiendo su cuerpo contra el mío y esperando a que el me rodee con sus brazos. Pero no sucedió. Él no lo hizo. Al contario, con mucho cuidado me tomo de los brazos y los alejo de su cuerpo.
—Lo entiendo, perdón. — murmure.
Esos ojos avellanas, que por mucho tiempo, me observaron con cariño, ahora lo hacían con tristeza y sin brillo alguno. Este no era mi Teo de siempre.
—No busco torturarte Isabela, pero no puedo abrazarte. No quiero hacerte creer que hay una posibilidad de salvar esto.
Negué con la cabeza, sintiendo las lágrimas caer, nuevamente, por todo mi rostro.
—No te vayas por favor...— susurre. — Habla conmigo. Yo sí creo que hay una posibilidad de salvarlo.
— ¿No te parece un poco tarde? — pregunto y su voz se notaba cansada. — Tu misma dijiste que no me amabas de ese modo.
—Estaba molesta. Quería herirte, que sintieras lo que venía cargando todos estos años.
— ¿No era mejor confesarlo desde el principio? Decirme lo que pasaba por tu mente. — él se quedó varios segundos en silencio, dudando si debería seguir hablando conmigo, hasta que volvió a abrir su boca y siguió. — Tú nunca eliges hablar conmigo, te encierras en tu cabeza y no dejas que nadie te ayude. Yo no puedo obligarte a hablarme Isabela, no quieres hacerlo y está bien.
— ¡Que si quiero hacerlo, eres con la única persona que quiero hablar!
— ¿Y por qué no lo haces?
—Es... ¡no lo sé!... es difícil para mí, entiende—
—No Isabela. — espeto, cortando mis palabras. — Creo que ya te entendí demasiado y por mucho tiempo, ¿y de que me sirvió? De nada.
—Teo, por favor...
Mis palabras fueron calladas con una voz femenina que anunciaba que el vuelo de Teo iba a despegar en cinco minutos y debían abordar ahora mismo.
—Que no tengo tiempo...— murmure, sintiendo la desesperación comenzar a nublarme y mi respiración enloquecerse.
Cinco minutos es poco para todo lo que quiero que Teo sepa.
Teo se quedó observándome unos segundos, con su rostro contraído y su mandíbula tensada. Hasta que se relajó, dando un respiro y prosiguió a hablarme.
— ¿Qué quieres decirme?
Respira Isabela y dile de una puta vez todo lo que pasa por tu maldita cabeza.
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Te quiero, dos metros cerca
RomanceSegunda parte de Dos metros lejos. Ellos se conocieron de pequeños. Se volvieron a reencontrar en su adolescencia. Teo, que había olvidado ese recuerdo de su niñez. Pero por otro lado, Isabela, nunca pudo olvidar de aquel niño que seco sus lágrima...