Capitulo 35: Los Ferrer

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Teo

En el momento que su alarma sonó, me recompuse en la cama para tomar su móvil y apagarlo. No me gusta que algo más la despierte, cuando estoy yo en la casa.

Me acerque a su lado de la cama y descanse mi rostro en su cuello, regalándole cortos besos, murmurando suavemente que debe despertarse. Es la hora. Y tiene un partido importantísimo en unas horas. Si fuese por mí, le dejaría dormir hasta tarde, pero hoy es de esos días caóticos para ambos.

Antes que sus ojos se abran, me levante de la cama y camine hacia la cocina, para preparar el desayuno y llevárselo a la cama. Y como era de esperar, ella ni asomo su cabeza afuera de las sabanas.

Se tratan de esos días difíciles por lo que noto...

Con cuidado deje la bandeja sobre la mesita de noche de su lado y me acerque a su rostro.

—Isa, vamos. — susurre. — A despertarse...

—No quiero. — murmuro entre dormida.

—Hoy tienes partido.

—Que le den al vóley.

No solo prefiere la cama antes que a mí, también antes que el vóley. Nos ha ganado un colchón y par de sabanas. Que deprimente.

Volví a acomodarme a su lado y tomarla de los brazos para acercarla a mi cuerpo. Le abrace y ella al segundo me lo correspondió, subiendo su rostro hacia el mío para depositarme un beso corto en los labios. Y una de esas sonrisas que logra que me muera por exceso de ternura.

—Te prepare el desayuno...

— ¿Qué hice para merecerte? — me pregunto formando una sonrisa.

Que no hiciste Isabela...

La mire con una sonrisa tonta en mi rostro y me acerque a sus labios, para besarla de manera dulce. Esos besos en que nuestros labios bailan a compas y con tranquilidad, explorándose y demostrándose más cariño que el día anterior.

De a poco nos alejamos y ella se acomodó en la cama, sentándose y tomando la bandeja con su desayuno, pasándome una taza de café, sin antes regalarme otro beso y sus agradecimientos matutinos por los desayunos de todos los días.

Las personas, — el mal humorado de su hermano y su novia. — dicen que la consiento demasiado. Y que debería dejar que Isabela madure y comience a despertarse sola, aprenda a cocinar y viva como una persona promedio. No voy a mentirles, no puedo hacerlo. Me niego a exponerla a que queme sus hermosos dedos con la cocina y que se quede dormida un día de partido.

Tal vez, sea verdad que la consiento demasiado. Pero también, es que la he visto esforzarse con el tema de la cocina todos los días, tratando que no se le queme la comida y pidiéndole consejos a Ema y Carla para mejorar. Es en vano, ella quema todo lo que toca. Isabela es distraída, se pone a divagar en su cabecita y olvida que deja cosas en el fuego. Y si no alcanza a quemarlo, le saca a mitad de cocción, ella no es para este deporte extremo. Tampoco lo va a ser mi estómago, si sigo aceptando todo lo que ella me ofrece con una sonrisa de idiota en el rostro. Es que si le vieran los ojitos que me pone, entenderían que no puedo negarme, a callar, probar y luego padecer una intoxicación estomacal.

Ahora entiendo las tantas veces que mi padre bajaba la cabeza con la comida que le ofrecía mi madre. Por muchos años me queje de él, por no ponerse los pantalones y decirle a su mujer que la comida que preparaba era horrible. Hasta que me case con una mujer que cocina peor que mi propia madre. Y le entendí tanto, que hay días, en los que quiero volver a mi ciudad para abrazar a mi padre, decirle que lo entiendo y que no está solo. Somos dos idiotas enamorados.

Te quiero, dos metros cercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora