Isabela
Hace una hora que comenzó el partido y me encuentro como los pequeños niños en primera fila, con una gran sonrisa y demasiado nervosismo al ver a su jugador favorito en vivo y directo.
Un año de admirarlo no era suficiente, necesitaba esto, sentarme y disfrutar verlo hacer lo que más le gusta en el mundo.
Desde que Teo se marchó, deje de asistir a cualquier partido que me invitasen, solamente asistía de vez en cuando a los de mi hermano y Luka. Pero como siempre terminaba de mal humor y con una extraña sensación de querer acurrucarme en la cama para llorar, deje de ir. En ese momento entendí un poco mi cabeza, mi más grande pasión, también era mi más grande trauma. Todo lo que era vóley, era Teo y todo lo que era Teo, me llenaba de tristeza.
Este es el primer partido que asisto después de tanto tiempo y me alegra haberme encontrado con Micaela en las gradas de las tribunas. Es una chica carismática que ni bien me vio pasar, me llamo y me hizo lugar a su lado, junto a sus compañeras que me saludaron de manera entusiasmada.
Todas son excelentes. Menos una, la que acaba de llegar y no perdió tiempo de fulminarme con la mirada, luego de que una de las chicas le haga lugar para que se sentara, ella me observo por varios segundos y sin decir nada, tomo asiento adelante mío.
Perfecto.
—No le prestes atención. — murmuro Micaela a mi lado. — Está un poco loca.
Su comentario hizo que se me escape una carcajada y eso llame la atención de Delfina que no dudo en voltearse para regalarme su cálido y acogedor decimo ceño fruncido, haciendo que Micaela esquivase su rostro para contener su risa que amenazaba por escaparse.
Lo estoy pillando. A Micaela le cae fatal Delfina, pero, como son compañeras de equipo, necesita mantener esa clase de relación cordial y por lo que veo, le cuesta demasiado, sus comentarios y risas, dejan muy en claro que no le agrada mucho.
El equipo rival se tomó un tiempo y los entiendo, sus jugadas no están siendo para nada buena y todos sus remates, son parados por la gran muralla que el equipo de Teo forma cada vez que ellos saltan. Impresionante. Una hora y media de partido y están sacando fuego, resaltando y demostrando que vinieron por todo.
Teo...está que arde y no precisamente de la manera de querer lucirse en el juego. Él está ardiente, de esa forma sensual, en la que sus mechones rebeldes del cabello se pegan al costado de su frente, recordándome, que no importa que tan sudado se ponga, siempre sigue igual de bueno y mierda, que ya era guapo antes y ahora, verlo de esa manera, en la que se levanta su camiseta para secarse parte de la cara, hace que mi cabeza me azote con miles de pensamientos impuros. Si, mega y súper impuros.
Mis mejillas subieron de temperatura, cuando mis ojos chocaron con los suyos. El acaba de verme, entre toda la multitud, logro localizarme y por su sonrisa arrogante, me confirma que acaba de leer el porqué de mi sonrojo y la verdad, que sí, me avergüenza que después de cinco años, lea tan bien mi rostro de, quiero que arrojes contra la cama y me hagas lo que quieras.
—Isa.
La voz de una de las compañeras de Micaela, logro sacarme de mis impuros pensamientos. Lo cual agradezco, mis mejillas estaban a una sonrisa de Teo a explotar de color rojo.
— ¿Cómo era Teo de adolescente?
Me acomode en el asiento y por primera vez, en lo que va de este tiempo que estoy con ellas, observo a Delfina prestar atención a mis próximas palabras y no clavarme su mala cara de una.
—Como ahora, supongo. — me encogí de hombros. — Pesado, dramático, enojón y súper llorón.
Soy consciente de que Teo cambio. Pero sigue siendo el niño que te pica las mejillas para llamar tu atención, que hace dramas cuando lo ignoras y no le acaricias el cabello. Hay cosas, que por más que pasen los años, no se cambian y sé que Teo, siguió fiel a su personalidad de molesto.
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Te quiero, dos metros cerca
RomanceSegunda parte de Dos metros lejos. Ellos se conocieron de pequeños. Se volvieron a reencontrar en su adolescencia. Teo, que había olvidado ese recuerdo de su niñez. Pero por otro lado, Isabela, nunca pudo olvidar de aquel niño que seco sus lágrima...