Isabela
Me gustaría repetir esta mañana de manera diferente, donde me despertaba con una gran sonrisa por sentir los pequeños besos de Teo recorriendo todo mi cuello y haciéndome estremecer la piel con su cálida respiración.
Esas mañanas tranquilas, donde el sol se asoma amistosamente por el gran ventanal de la habitación del hotel donde nos encontramos, dejando pasar el aire abrigador y las suaves sabanas tapando por completo nuestros cuerpos desnudos.
Y muy de a poco, comenzar acomodarme junto a el, dejando que sus brazos me atrapen y se unan en mi estómago. Una mañana, el sol, sus besos en mi cuello, el aire acogedor y las sabanas suaves. Esas pequeñeces que te hacen feliz cuando te encuentran en donde hace tiempo quisiste estar, acurrucada.
Eso...me hubiera gustado.
Nuestra mañana fue, lo que llamo yo, caótico, demasiado. El celular de Teo comenzó a sonar mucho antes que nuestras alarmas, haciendo que este en una gran desesperación por apagarlo caiga desplomado la cama y eso, fue demasiado divertido para mí, hasta que el me dedico una mirada de pocos amigos y contesto su celular, acomodándose nuevamente a mi lado de la cama.
Era de esperar lo que podía suceder esta mañana y su rostro totalmente molesto al contestar la llamada me confirmo, que nuestras falsas vacaciones estaban por acabar en pocos minutos. Sus compañeros lo requerían en menos de veinte minutos en la puerta de su habitación, ellos tienen un partido hoy.
En el momento que mi boca iba aceptar la invitación de Teo a mirarle nuevamente jugar, mi mente me abofeteo con mi promesa de la noche anterior, donde le deje en claro a Marcos que no me iba a perder su gran e importante competencia de hoy.
Marcos nunca fue una persona que me pidiese que lo vaya a ver y al principio pensé que era por nuestra extraña relación, no teníamos nada serio, por lo tanto, no tenía nada que hacer yo ahí, en su mundo.
Hasta que meses más tarde de conocernos mejor, me confeso la verdad, la que me hizo sentirme mal por varias semanas, por no deducir lo que en verdad pasaba. No entendía como mi cabeza, había sacado esa conclusión de Marcos, cuando se notaba lo mucho que me quería en su vida y no, no era que no tenía nada que hacer ahí. Su razón era cruda y realista, sé que tu burbuja se limita solamente a vóley Palermo, dijo esa tarde en mi departamento con su voz serena, totalmente despreocupado y acariciando a mi gato, como si no hubiese logrado nada con sus palabras en mí.
Fueron varios minutos de silencio entre nosotros, donde Marcos seguía jugueteando con Moco sin verme el rostro, que estoy segura que era una gran mezcla de tristeza y sorpresa.
Él tenía razón, como de costumbre.
Mi burbuja siempre fue así, entre vóley y Teo. Esa tarde, con esas palabras que dijo, fue decisiva para mí. El gran miedo que había sentido el día que Teo se marchó, había vuelto a mí, dejando en una total evidencia, lo que trataba con toda mi furia esconder, el miedo de volver a ser esa niña de dieciocho años tomando esa gran decisión por culpa de esa gran burbuja que lo único que hacía era limitarme.
Cuando Marcos volteo a verme esa tarde, estoy segura que por mi rostro lleno de culpa y desesperación, lo entiendo, haciendo lo que menos me hubiese imaginado, tomándome entre sus brazos y dejándome apoyada en su regazo, mientras que con una de sus manos acariciaba mi espalda suavemente, pidiéndome disculpas por haber lanzado sus palabras sin pensarlas.
Esa tarde, donde mi rostro estaba escondido entre su cuello, deje que algunas lágrimas se escapen de mis ojos, al darme cuenta que no importase los años que pasaran, seguía atrapada en ese día y con esos recuerdos que un vuelo largo se había llevado.
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Te quiero, dos metros cerca
RomanceSegunda parte de Dos metros lejos. Ellos se conocieron de pequeños. Se volvieron a reencontrar en su adolescencia. Teo, que había olvidado ese recuerdo de su niñez. Pero por otro lado, Isabela, nunca pudo olvidar de aquel niño que seco sus lágrima...